miércoles, 9 de diciembre de 2009

"LAS FLORES DEL MAL", de Charles Baudelaire (antología)



Una breve antología, que incluye lo siguiente:

1. El primer poema: Al lector.
2. Dos poemas de la primera sección del libro: El albatros y Correspondencias.
3. Los nueve poemas de la sección FLORES DEL MAL (en la que hay que centrarse, de cara a la Selectividad).

LAS FLORES DEL MAL (1857)

Charles Baudelaire
Pequeña antología

AL LECTOR
La necedad, el error, el pecado, la tacañería,
Ocupan nuestros espíritus y trabajan nuestros cuerpos,
Y alimentamos nuestros amables remordimientos,
Como los mendigos nutren su miseria.


Nuestros pecados son testarudos, nuestros arrepentimientos cobardes;
Nos hacemos pagar largamente nuestras confesiones,
Y entramos alegremente en el camino cenagoso,
Creyendo con viles lágrimas lavar todas nuestras manchas.


Sobre la almohada del mal está Satán Trismegisto
Que mece largamente nuestro espíritu encantado,
Y el rico metal de nuestra voluntad
Está todo vaporizado por este sabio químico.


¡Es el Diablo quien empuña los hilos que nos mueven!
A los objetos repugnantes les encontramos atractivos;
Cada día hacia el Infierno descendemos un paso,
Sin horror, a través de las tinieblas que hieden.


Cual un libertino pobre que besa y muerde
el seno martirizado de una vieja ramera,
Robamos, al pasar, un placer clandestino
Que exprimimos bien fuerte cual vieja naranja.


Oprimido, hormigueante, como un millón de helmintos,
En nuestros cerebros bulle un pueblo de Demonios,
Y, cuando respiramos, la Muerte a los pulmones
Desciende, río invisible, con sordas quejas.


Si la violación, el veneno, el puñal, el incendio,
Todavía no han bordado con sus placenteros diseños
El esquema banal de nuestros tristes destinos,
Es porque nuestra alma, ¡ah!, no es bastante osada.


Pero, entre los chacales, las panteras, los podencos,
Los simios, los escorpiones, los buitres, las sierpes,
Los monstruos chillones, aullantes, gruñones, rampantes
En la jaula infame de nuestros vicios,


¡Hay uno más feo, más malo, más inmundo!
Si bien no produce grandes gestos, ni grandes gritos,
Haría complacido de la tierra un despojo
Y en un bostezo tragaríase el mundo:


¡Es el Tedio! — los ojos preñados de involuntario llanto,
Sueña con patíbulos mientras fuma su pipa,
Tú conoces, lector, este monstruo delicado,
—Hipócrita lector, —mi semejante, —¡mi hermano!
1855.



II
EL ALBATROS
Frecuentemente, para divertirse, los tripulantes
Capturan albatros, enormes pájaros de los mares,
Que siguen, indolentes compañeros de viaje,
Al navío deslizándose sobre los abismos amargos.


Apenas los han depositado sobre la cubierta,
Esos reyes del azur, torpes y temidos,
Dejan penosamente sus grandes alas blancas
Como remos arrastrar a sus costados.


Ese viajero alado, ¡cuán torpe y flojo es!
Él, no ha mucho tan bello, ¡qué cómico y feo!
¡Uno tortura su pico con una pipa,
El otro remeda, cojeando, del inválido el vuelo!


El Poeta se asemeja al príncipe de las nubes
Que frecuenta la tempestad y se ríe del arquero;
Exiliado sobre el suelo en medio del vocerío,
Sus alas de gigante le impiden marchar.
1859.



IV
CORRESPONDENCIAS
La Naturaleza es un templo donde vivos pilares
Dejan, a veces, brotar confusas palabras;
El hombre pasa a través de bosques de símbolos
que lo observan con miradas familiares.


Como prolongados ecos que de lejos se confunden
En una tenebrosa y profunda unidad,
Vasta como la noche y como la claridad,
Los perfumes, los colores y los sonidos se responden.


Hay perfumes frescos como carnes de niños,
Suaves cual los oboes, verdes como las praderas,

Y otros, corrompidos, estridentes y triunfantes,


Que tienen la expansión de cosas infinitas,
Como el ámbar, el almizcle, el aloe y el incienso,
Que cantan los transportes del espíritu y de los sentidos.
1857






FLORES DEL MAL


CIX
LA DESTRUCCIÓN
Incesante a mi vera se agita el Demonio;
Flota alrededor mío como un aire impalpable;
Lo aspiro y lo siento que quema mis pulmones
Y los llena de un deseo eterno y culpable.


A veces toma, sabiendo mi gran amor al Arte,
La forma de la más seductora de las mujeres,
Y, bajo especiosos pretextos de tedio,
Habitúa mis labios a filtros infames.


Me conduce así, lejos de la mirada de Dios,
Jadeante y destrozado por la fatiga, en medio
De las llanuras del Hastío, profundas y desiertas,


Y despliega ante mis ojos llenos de confusión
Vestimentas mancilladas, heridas abiertas,
¡Y el aparejo sangriento de la Destrucción!
1855




CX
UN MÁRTIR
(Dibujo de un maestro desconocido)
En medio de los frascos, de las telas recamadas
Y de los muebles voluptuosos,
Mármoles, cuadros, ropas perfumadas
Se arrastran en pliegues suntuosos,


En una alcoba tibia donde, como en un invernáculo,
El aire es peligroso y fatal,
Donde los ramilletes moribundos en sus féretros de vidrio
Exhalan su suspiro final,


Un cadáver sin cabeza derrama, cual un río,
Sobre la almohada desalterada
Una sangre roja y vívida con la que la tela se abreva
Con la avidez de un prado.


Semejante a las visiones pálidas que engendran la sombra
Y que nos encadenan los ojos,
La cabeza, con el montón de sus crines oscuras
Y de sus joyas preciosas,

Sobre el velador, como una ranúncula,
Reposa; y, vacía de pensamientos,
Una mirada vaga y pálida como un crepúsculo
Se escapa de sus ojos revulsivos.


Sobre el lecho, el tronco desnudo sin escrúpulos exhibe
En el más completo abandono
El secreto esplendor y la belleza fatal
De que la naturaleza le hizo don;


Una media rosada, bordada de oro, en la pierna,
Como un recuerdo ha quedado;
La liga, cual un ojo secreto que fulgura,
Clava una mirada diamantina.


El singular aspecto de esta soledad
Y de un gran retrato lánguido,
Con ojos provocadores como su actitud,
Revela un amor tenebroso,


Un júbilo culpable y festejos extraños
Llenos de besos infernales,
Con los que se regocija el enjambre de ángeles malos
Flotando en los pliegues de los cortinajes;


Y empero, al contemplar la delgadez elegante
Del hombro de contorno anguloso,
La cadera un poco puntiaguda y la cintura airosa
Cual un reptil irritado,


¡Ella es aún muy joven! —Su alma exasperada
Y sus sentimientos por el hastío mordidos,
¿Estuvieron entreabiertos a la jauría alterada
Los deseos errantes y perdidos?


El hombre vengativo, viviente, que tú no has podido,
A pesar de tanto amor, saciar,
¿Colmó sobre tu carne inerte y complaciente
La inmensidad de su deseo?


¡Responde, cadáver impuro!, y por tus trenzas rígidas
Levantándote con un brazo febril,
Dime, cabeza horrenda, sobre tus dientes fríos,
¿No estampó él su suprema despedida?


—Lejos del mundo burlón, lejos de la multitud impura,
Lejos de los magistrados curiosos,
Duerme en paz, duerme en paz, extraña criatura,
En tu tumba misteriosa;


Tu esposo corre por el mundo y tu forma inmortal
Vela cerca suyo cuando él duerme;
Tanto como tú sin duda él te será fiel
Y constante hasta la muerte.
1857




CXI
MUJERES CONDENADAS
Como bestias meditabundas sobre la arena tumbadas,
Ellas vuelven sus miradas hacia el horizonte del mar,
Y sus pies se buscan y sus manos entrelazadas
Tienen suaves languideces y escalofríos amargos.


Las unas, corazones gustosos de las largas confidencias,
En el fondo de bosquecillos donde brotan los arroyos,
Van deletreando el amor de tímidas infancias
Y cincelan la corteza verde de los tiernos arbustos;


Otras, cual religiosas, caminan lentas y graves,
A través de las rocas llenas de apariciones,
Donde san Antonio ha visto surgir como de las lavas
Los pechos desnudos y purpúreos de sus tentaciones;


Las hay, a la lumbre de resinas crepitantes,
Que en la cavidad muda de los viejos antros paganos
Te llaman en auxilio de sus fiebres aullantes,
¡Oh, Baco, adormecedor de remordimientos pasados!


Y otras hay, cuya garganta gusta de los escapularios,
Que, barruntando una fusta bajo sus largas vestimentas,
Mezclan, en el bosque sombrío y las noches solitarias,
La espuma del placer con las lágrimas de los tormentos.


¡Oh vírgenes, oh demonios, oh monstruos, oh mártires,
De la realidad, grandes espíritus desdeñosos,
Buscadoras del infinito, devotas y sátiras,
Ora llenas de gritos, ora llenas de lágrimas,


Vosotras que hasta vuestro infierno mi alma ha perseguido,
Pobres hermanas mías, yo os amo tanto como os compadezco,
Por vuestros tristes dolores, vuestra sed insaciable,
¡Y las urnas de amor del que vuestros corazones están llenos!
1857



CXII
LAS DOS BUENAS HERMANAS
La Perversión y la Muerte son dos gentiles rameras,
Pródigas de besos y ricas en salud,
Cuyo vientre siempre virgen y cubierto de andrajos
En la incesante labor jamás ha procreado.


Al poeta siniestro, enemigo de las familias,
Favorito del infierno, cortesano mal rentado,
Tumbas y lupanares muestran bajo sus atractivos
Un lecho que el remordimiento jamás ha frecuentado

Y la tumba y la alcoba, en blasfemias fecundas
Nos ofrendan, vez a vez, como dos buenas hermanas,
Terribles placeres y horrendas dulzuras.


¿Cuándo quieres enterrarme, Perversión, la de los brazos inmundos?
¡Oh, Muerte! ¿Cuándo vendrás, su rival en atractivos,
Para mezclar sus mirtos infectos con tus negros cipreses?
1842




CXIII
LA FUENTE DE SANGRE
Me parece a veces que mi sangre corre a raudales,
Cual una fuente con rítmicos sollozos.
La escucho bien que corre con un prolongado murmullo,
Pero me palpo en vano para encontrar la herida.


A través de la ciudad, como en un campo cercado,
Se marcha, transformando los adoquines en islotes,
Saciando la sed de cada criatura,
Y en todas partes coloreando de rojo la naturaleza.


He implorado frecuentemente a los vinos capciosos
Que adormecieran sólo un día el terror que me consume;
¡El vino hace ver más claro y afina más el oído!


He buscado en el amor un sueño olvidadizo;
Mas el amor no es para mí sino un colchón de agujas
¡Hecho para dar de beber a esas crueles mujeres!
1857




CXIV
ALEGORÍA
Es una mujer hermosa y de rico escote,
Que deja en el vino arrastrar su cabellera.
Las zarpas del amor, los venenos del garito,
Todo se desliza y embota en el granito de su piel.


Ella se ríe de la Muerte y burla del Libertinaje,
Esos monstruos cuya mano, que siempre araña y rasga,
En sus juegos dañinos y, sin embargo, respetada
De su cuerpo firme y erecto la ruda majestad.
Camina como diosa y reposa cual sultana;
Pone en el placer la fe mahometana,
Y con sus brazos abiertos, que abarcan sus pechos,
Atrae las miradas de los seres humanos.
Ella cree, ella sabe, esta virgen infecunda,
Y, por consiguiente, necesaria para la marcha del mundo,
Que la belleza del cuerpo es un sublime don
Que de toda infamia arranca el perdón.
Ignora el Infierno tanto como el Purgatorio,
Y cuando la hora llegue de entrar en la Noche negra,
Ella mirará el rostro de la Muerte,
Como a un recién nacido, —sin odio y sin remordimiento.
1857




CXV
LA BEATRIZ
En las tierras cenicientas, calcinadas, sin verdor,
Como yo me lamentara un día a la Naturaleza,
Mientras mi pensamiento vagaba al azar,
Agucé lentamente sobre mi corazón el puñal,
Y vi en pleno mediodía descender sobre mi cabeza
La nube fúnebre y pesada de una tempestad,
Que llevaba un tropel de demonios viciosos,
Parecidos a enanos crueles y curiosos.
A considerarme fríamente se pusieron
Y, como viandantes sobre un loco que admiran,
Los escuché reír y cuchichear entre ellos,
Cambiando muchas señas y guiños.

—"Contemplemos complacidos esta caricatura
Y esta sombra de Hamlet imitando su postura,
La mirada indecisa y los cabellos al viento.
¿No inspira gran piedad ver a este buen compañero,
Este vagabundo, este histrión vacante, este bribón,
Porque sabe desempeñar artísticamente su rol,
Empeñarse en atraer con la canción de sus dolores
Las águilas, los grillos, los arroyos y las flores,
Y hasta a nosotros, autores de estos viejos papeles,
Recitarnos aullando sus tiradas públicas?"


Habría podido (mi orgullo alto cual los montes
Domina la nube y el grito de los demonios)
Desviar simplemente mi cabeza soberana,
Si no hubiera visto entre su tropel, obscena,
¡Crimen que no hizo vacilar al sol!,
La reina de mi corazón, la de mirada incomparable,
Que se reía con ellos de mi sombría angustia
Y les hacía, a veces, alguna sucia caricia.
1857




CXVI
UN VIAJE A CITEREA
Mi corazón, como un pájaro, revoloteaba gozoso
Y planeaba libremente alrededor de las jarcias;
El navío se balanceaba bajo un cielo sin nubes,
Cual un ángel embriagado de un sol radiante.


¿Qué isla es ésta, triste y negra? —Es Citerea,
Nos dicen, país celebrado en las canciones,
Eldorado banal de todos los galanes en el pasado.
Mirad, después de todo, no es sino un pobre erial.


—¡Isla de los dulces secretos y de los regocijos del corazón!
De la antigua Venus, soberbio fantasma
Sobre tus aguas ciérnese como un aroma,
Que satura los espíritus de amor y languidez.


Bella isla de los mirtos verdes, plena de flores abiertas,
Venerada eternamente por toda nación,
Donde los suspiros de los corazones en adoración
Envuelven como incienso sobre un jardín de rosas


Donde el arrullo eterno de una torcaz!
-Citerea no era sino un lugar de los más áridos,
Un desierto rocoso turbado por gritos agrios.
¡Yo, sin embargo, vislumbraba un objeto singular!


No era aquello un templo sobre las umbrías laderas,
Al cual la joven sacerdotisa, enamorada de las flores,
Acudía, encendido el cuerpo por secretos ardores,
Entreabriendo su túnica a las brisas pasajeras;


Pero, he aquí que rozando la costa, más de cerca
Para turbar los pájaros con nuestras velas blancas,
Vimos que era una horca de tres ramas,
Destacándose negra sobre el cielo, como un ciprés.


Feroces pájaros posados sobre su pasto
Destruían con saña a un ahorcado ya maduro,
Cada uno hundiendo, cual instrumento, su pico impuro
En todos los rincones sangrientos de aquella carroña;

Los ojos eran dos agujeros, y del vientre desfondado
Los intestinos pesados caíanle sobre los muslos,
Y sus verdugos, ahítos de repugnantes delicias,
A picotazos lo habían absolutamente castrado.


Bajo los pies, un tropel de celosos cuadrúpedos,
El hocico levantado, husmeaban y rondaban;
Una bestia más grande en medio se agitaba
Como un verdugo rodeado de sus ayudantes.


Habitante de Citerea, hijo de un cielo tan bello,
Silenciosamente tú soportabas estos insultos
En expiación de tus infames cultos
Y de los pecados que te ha vedado el sepulcro.


Ridículo colgado, ¡tus dolores son los míos!
Sentí, ante el aspecto de tus miembros flotantes,
Como una náusea subir hasta mis dientes,
El caudal de hiel de mis dolores pasados;


Ante ti, pobre diablo, inolvidable,
He sentido todos los picos y todas las quijadas
De los cuervos lancinantes y de las panteras negras
Que, antaño, tanto gustaron de triturar mi carne.


—El cielo estaba encantador, la mar serena;
Para mí todo era negro y sangriento desde entonces.
¡Ah!, y tenía, como en un sudario espeso,
El corazón amortajado en esta alegoría.


En tu isla, ¡oh, Venus!, no he hallado erguido
Mas que un patíbulo simbólico del cual pendía mi imagen...
—¡Ah! ¡Señor! ¡Concédeme la fuerza y el coraje
De contemplar mi corazón y mi cuerpo sin repugnancia!
1852




CXVII
EL AMOR Y EL CRÁNEO
(Vieja viñeta)
Cupido está sentado sobre el cráneo
De la Humanidad,
Y sobre este trono el profano,
Con risa desvergonzada,


Sopla alegremente burbujas redondas
Que suben en el aire,
Como para alcanzar los mundos
En el fondo del éter.


El globo luminoso y frágil
Toma un gran impulso,
Estalla y escupe su alma sutil
Como un sueño dorado.


Escucho al cráneo, en cada burbuja
Rogar y gemir:
—"Este juego feroz y ridículo,
¿Cuándo debe concluir?


Porque lo que tu boca cruel
Desparrama en el aire,
Monstruo asesino, es mi cerebro,
¡Mi sangre y mi carne!"
1855

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