jueves, 22 de noviembre de 2012

LITERATURA. Un cuento de Borges sobre Shakespeare: "Everything and nothing"


Jorge Luis Borges

Everything and nothing

Jorge Luis Borges ("El hacedor",1960)

   Nadie hubo en él; detrás de su rostro (que aun a través de las malas pinturas de la época no se parece a ningún otro) y de sus palabras, que eran copiosas, fantás­ticas y agitadas, no había más que un poco de frío, un sueño no soñado por alguien. Al principio creyó que todas las personas eran como él, pero la extrañeza de un compañero, con el que había empezado a comentar esa vacuidad, le reveló su error y le dejó sentir para siempre, que un individuo no debe diferir de su especie. Alguna vez pensó que en los libros hallaría remedio para su mal y así aprendió el poco latín y menos griego de que habla­ría un contemporáneo; después consideró que en el ejer­cicio de un rito elemental de la humanidad, bien podía estar lo que buscaba y se dejó iniciar por Anne Hathaway, durante una larga siesta de junio. A los veintitantos años fue a Londres. Instintivamente, ya se había adiestrado en el hábito de simular que era alguien, para que no se descubriera su condición de nadie; en Londres encontró la profesión a la que estaba predestinado, la del actor, que en un escenario, juega a ser otro, ante un concurso de personas que juegan a tomarlo por aquel otro. Las tareas histriónicas le enseñaron una felicidad singular, acaso la primera que conoció; pero aclamado el último verso y retirado de la escena el último muerto, el odiado sabor de la irrealidad recaía sobre él. Dejaba de ser Ferrex o Tamerlán y volvía a ser nadie. Acosado, dio en imaginar otros héroes y otras fábulas trágicas. Así, mientras el cuerpo cumplía su destino de cuerpo, en lupanares y tabernas de Londres, el alma que lo habitaba era César, que desoye la admonición del augur, y Julieta, que aborrece a la alondra, y Macbeth, que conversa en el páramo con las brujas que también son las parcas. Nadie fue tantos hombres como aquel hombre, que a semejan­za del egipcio Proteo pudo agotar todas las apariencias del ser. A veces, dejó en algún recodo de la obra una confesión, seguro de que no la descifrarían; Ricardo a­firma que en su sola persona, hace el papel de muchos, y Yago dice con curiosas palabras no soy lo que soy. La identidad fundamental del existir, soñar y representar le inspiró pasajes famosos.
   Veinte años persistió en esa alucinación dirigida, pero una mañana le sobrecogieron el hastío y el horror de ser tantos reyes que mueren por la espada y tantos desdicha­dos amantes que convergen, divergen y melodiosamente agonizan. Aquel mismo día resolvió la venta de su teatro. Antes de una semana había regresado al pueblo natal, donde recuperó los árboles y el río de la niñez y no los vinculó a aquellos otros que había celebrado su musa, ilustres de alusión mitológica y de voces latinas. Tenia que ser alguien; fue un empresario retirado que ha hecho fortuna y a quien le interesan los préstamos, los litigios y la pequeña usura. En ese carácter dictó el árido testa­mento que conocemos, del que deliberadamente excluyó todo rasgo patético o literario. Solían visitar su retiro amigos de Londres, y él retomaba para ellos el papel de poeta.
   La historia agrega que, antes o después de morir, se supo frente a Dios y le dijo: Yo, que tantos hombres he sido en vano, quiero ser uno y yo. La voz de Dios le contestó desde un torbellino: Yo tampoco soy; yo soñé el mundo como tú soñaste tu obra, mi Shakespeare, y entre las formas de mi sueño estabas tú, que como yo eres muchos y nadie.

lunes, 29 de octubre de 2012

SHAKESPEARE. "Romeo y Julieta". Textos sobre la obra


Théodore Chasseriau. Romeo y Julieta. Segunda mitad del XIX

TEXTOS SOBRE ROMEO Y JULIETA

      1. Hasta el triunfo del romanticismo, a fines del siglo dieciocho, hubo (…) un claro conflicto de valores entre la idealización del amor por parte de algunos poetas, dramaturgos y novelistas, por un lado, y su rechazo como forma de chifladura imprudente, incluso de locura, por parte de todos los teólogos, moralistas, autores de manuales de conducta y padres y adultos en general. Todos conocían ese amor idealizado, algunos lo habían experimentado, pero solo una minoría de jóvenes cortesanos hicieron de él su modo de vida, y ni siquiera ellos lo consideraban necesariamente una base apropiada para un matrimonio para toda la vida.
     Para el público isabelino, la tragedia de Romeo y Julieta, como la de Otelo, no residía tanto en un romance malhadado como en la manera que los protagonistas provocan su propia destrucción al violar las normas de la sociedad en la que viven que, en la primera de estas obras, significaba una estricta obediencia filial y la lealtad a las amistades y enemistades tradicionales del linaje. Un cortesano isabelino estaría lo suficientemente familiarizado con la pasión hechizadora del amor para sentir cierta simpatía hacia la joven pareja, pero vería con suficiente claridad de qué parte estaba el deber.

Lawrence Stone, The Family, Sex and Marriage in England. 1500-1800 ,Weindenfeld and Nicolson, Londres, 1977, pp.181-187.1.5.


2    2.  En esta obra el amor se convierte en el educador de la sociedad. Shakespeare no representó nunca tan claramente el papel de maestro de escuela como ensu reiterada prédica de que el amor ha de destruir el odio: el prólogo nos cuenta que las desgracias y tristes desventuras de los dos amantes entierran la enemistad de sus padres. Ninguna otra cosa parecía poder extirpar la continuación del odio paterno más que la muerte de sus hijos. La lección moral está de tal manera configurada formalmente que se convierte en el tema principal del drama. (…) Pero el secreto de la obra es que las muertes de los amantes no son el resultado del odio entre las dos familias, ni se deben a otra causa que no sea el amor mismo, que busca en la muerte su propio cordial restaurador. El amor vence a la muerte más aún que al odio. Deja de lado todo lo accidental, de manera que en este primer balbuceo de una creencia en la que Shakespearese reafirmó más adelante: que la intensidad de una emoción prevalece sobre su duración o éxito temporal. Las medidas morales de Shakespeare son cualitativas, no cuantitativas.

D. A. Stauffer, “The Schol of Love: Romeo and Juliet”, en Alfred Harbage, ed.,Shakespeare. The Tragedies.


3    3. A pesar de sus declaraciones de amor eterno por Rosalina, Romeo se enamora de Julieta poco después de verla por vez primera. Pese al lirismo del lenguaje de los amantes, la conversación de su amor es su unión en la cama. Mercucio nos invita a ver el amor romántico como una fantasía desarrollada por la imaginación y promovida por escritores culturalmente influyentes (Petrarca y los suyos), que sólo sirve para enturbiar lo que básicamente es un simple asunto de frustración y de gratificación sexual. No obstante, el contraste con el escepticismo y la impudicia de Mercucio y con el sentido común materialista de la nodriza hace que la fogosidad de Romeo y Julieta aparezca como tanto más impresionante y conmovedora porque la unión sexual en ellos es indisociablede sus hipérboles de adoración mutua, su bella elocuencia lírica, su compromiso total y su elección final de morir juntos antes que vivir solos.

Cedric Watts, Romeo and Juliet, Harvester Wheatsheaf, Londres, 1991.

4.  La verdad del asunto es que al amor de Julieta ya no le queda (si es que jamás lo tuvo) ningún espacio social que ocupar. Sencillamente, ya no hay manera (si es que la hubo alguna vez) de integrar la relación de Romeo y Julieta en laestructura social existente. Julieta está ligada por un matrimonio clandestino al hijo del enemigo de su padre, que ahora es también el asesino de su primo. Si se vincula a esta relación, se aparta de todas las estructuras que dan forma a la sociedad a la cual pertenece. Un amor tan enajenado de cualquier  posibilidad de integración social se vuelve, naturalmente, hacia una pasióndesesperada y una autodestrucción violenta, hacia el inútil remedio del suicidio.
G. Holdernss, Romeo and Juliet, Penguin Critical Studes, Penguin, Londres,1990.

5.      Esta historia trágica ha sido escrita, buen lector, con este fin: para mostrarte auna pareja de desventurados amantes que se convierten en esclavos de un deseo deshonesto, desoyen la autoridad y el consejo de sus padres y amigos, desahogan sus intimidades con comadres borrachas y frailes supersticiosos (los instrumentos más apropiados para la impudicia), se arriesgan a toda clase de aventuras peligrosas para conseguir su perversa lujuria, utilizan la confesión oral –que es la puerta de entrada a la prostitución y a la traición- para hacer  prosperar su propósito, profanan el honorable nombre de las palabras del matrimonio legal para encubrir la vergüenza de sus falsos contratos, y se precipitan, en fin, a una muerte tan infeliz gracias a todos los recursos de unavida deshonesta.
A.    Brooke, “Prefacio” a Romeus and Juliet  (1562).

6.      Ríos de tinta se vertieron en Inglaterra durante los años revueltos de la Reforma sobre la condición de la vida matrimonial, los derechos de los amantes y el interés de los padres en el casamiento de sus hijos. El consenso fue que los padres tenían ciertamente algo que decir sobre lo que sus hijos decidían sobre sí mismos, pero que ningún padre podía forzar a un hijo a casarse contra su voluntad u obligarlo a renunciar a un partido que pudieraconvenirle. En tales casos, los hijos podían recurrir a las autoridades eclesiásticas para que les apoyaran. La gente llana se escandalizaba de los matrimonios dinásticos concertados por la nobleza, que disponía de sus hijos, según los polemistas religiosos, como si fuesen ganado u ovejas,especialmente cuando tantos matrimonios impuestos bajo la tutela de la Corona terminaban después en adulterios o violencias. Al tratar este tema con tanta seriedad, Shakespeare estaba dando forma a la ideología protestante sobre el matrimonio tal como fue expresada de manera conmovedora en el Libro de oro del matrimonio cristiano (1542).
 Germaine Greer, Shakespeare, Oxford University Press, Oxford, 1986.

7.      Los contrastes como técnica constructiva.-

7.1.Romeo y Julieta refleja una experiencia de vívidos contrastes (…) en un mundo tenso entre todo tipo de polaridades. La juventud extrema –Julieta solo tiene catorce años; Romeo, suponemos, estará al final de la adolescencia- compite con la vejez extrema porque, a pesar del extraño comentario de laseñora Capuleto (I.III.74-76), las cuatro figuras paternas producen la impresiónde estar algo entradas en años, como lo están obviamente el fraile y la nodriza. El amor apasionado se enfrenta al odio apasionado y alcanza finalmente, a un precio muy alto, un ambiguo triunfo. El resplandor que los amantes despiden (…) nos deslumbra, pero contrasta con la oscuridad de su situación, mientras que, al mismo tiempo, paradójicamente, el mundo nocturno se convierte cada vez más en su único recurso, y el mundo diurno en el lugar de las fuerzas que le son hostiles. Hay también las actitudes vivamente conflictivas hacia el amor y el sexo (…). Los contrastes extremos de la prisa y la reflexión; las grandes alegrías que dan paso a las penas abrumadoras; el ruido, el bullicio y el alboroto de los asuntos públicos, yuxtapuesto a los éxtasis íntimos, en voz muy baja, de los anhelos y los encuentros de los amantes. Todos estos contrarios y muchos más forman parte de nuestra experiencia de la obra, pero no como contrarios en teoría, sino como impresiones vívidas de los ojos y los oídos.
Maynard Mack, Everybody’s Shakespeare. Reflections on the Tragedies,
University of Nebraska Press, Lincoln y Londres, 1993

7.2.Un rasgo estructuralmente muy importante de Romeo y Julieta es el entrecruce de la vida pública y la privada. El argumento se despliega hábilmente entre el bullicio de las calles, las actividades en cada de Capuleto y el mundo privado de los amantes. Hay una coordinada variedad de contrastes: reyertas y disputas públicas; abrazos y armonías privados; edictos ceremoniosos, bromas informales; reminiscencias de los viejos, presagios de los jóvenes; fiesta y luto; quietud ensimismada, acción rápida; comedia social, catástrofe solitaria; unión en la vida, unión en la muerte. De aquí la vivacidad dramática de la obra en suconjunto; estéticamente, los contrastes se enriquecen mutualmente. Además, a través de Mercucio, su mofa provocativa irreprimible, le lleva a la muerte a manos de Teobaldo. Por consiguiente, aunque los suicidos de Romeo y Julieta
tienen muchas causas, puede decirse que una fuente paradójica de su tragediaes el espíritu cómico exuberante.
Cedric Watts, Romeo and Juliet , Harvester Wheatsheaf, Londres, 1991.


Eugène Delacroix. "La tumba de los Capuleto". H. 1850 

ROMEO Y JULIETA (Notas importantes)

En esta obra se hacen  presentes tanto los elementos líricos como los trágicos, coexistiendo dentro de una estructura ágil, en donde no se distrae en nada que no tenga que ver con el incremento de la tensión desde el principio hasta el gran final. Nos sorprende el desarrollo de la obra, hasta llegar agotados al final, con un nudo en la garganta, sólo para darnos cuenta que fue cuestión de unos segundos para que el Destino, la Fortuna o la casualidad jugaran con los amantes, como sucede en los accidentes, y que hacen toda la diferencia entre lo que podría haber sido una comedia con un final feliz y lo que realmente es: una tragedia lírica que ha perdurado por el resto de nuestra vida.
Son dos las corrientes de esta tragedia: el destino y la responsabilidad moral de los personajes. Parece ser que Shakespeare no determina claramente cuál de sus personajes debe ser castigado y por qué razón debe serlo y, por eso, mantiene varias hipótesis, sugiriendo, de manera convincente, que en la vida, como en esta obra, hay y existe una compleja interacción entre las situaciones contradictorias, opuestas y yuxtapuestas y que todo puede estar dentro de lo que le llaman una doble moral, como la que existía entre Romeo y Julieta.
La obra sufre de una esquizofrenia moral —dice V. Whitaker—, donde los amantes han nacido con sus «estrellas cruzadas» por los pleitos entre sus familias, así como las líneas de la responsabilidad, que están igualmente cruzadas. Por todo esto, persiste durante la obra la ambigüedad y la indeterminación y tal parece que es eso lo que nos tiene pegados a la butaca.
Hay quien la ve como si el Destino fuese el culpable de todo, como si la fuerza predominante de la tragedia fuese el Destino o la casualidad o las circunstancias, frente a la acción de los protagonistas hecha de manera libre y voluntaria.
La tensión en la obra se analiza primero entre la relación que hay entre el Destino y las acciones de los personajes, entre el amor y la muerte, como el binomio central en la tragedia. Por eso la clasifican como una obra que pertenece a la Liebestod, (al amor-muerte) donde se supone que el amor considera, de manera implícita a la muerte como algo deseable y deseado a la vez. Tristán e Isolda, pertenece a este concepto y la muerte de Tristán es una de las piezas musicales de mayor impacto que haya sentido alguna vez en la obra de Wagner.
Pero también hay quienes opinan que en la obra interactúan tres fuerzas: la casualidad, el Destino y la conducta de los personajes, tanto en forma individual, como socialmente hablando. Hay quien dice que de estas tres fuerzas, predomina una de ellas y otros consideran que las tres fuerzas están en constante diálogo, dominando unas en un momento, y otras en otro.
El Prólogo dice claramente: «el caminar terrible de un amor marcado por la muerte». Tal vez encontremos varios elementos: el Destino como la rueda de la Fortuna que da vueltas, es decir, la Providencia que interviene a través de algunas premoniciones y presagios que luego son el preludio del final trágico o a través de los sueños, temores o imprecaciones.
La acción («el caminar terrible») que se lleva a cabo en dos tipos diferentes. Por un lado, la acción de los protagonistas —Romeo y Julieta— y, por el otro, lo relacionado con la enemistad entre las dos familias, mostrada en varios incidentes donde a veces el peso cae sobre Romeo que, puede ser un joven impulsivo en donde la acción predomina al pensamiento, cosa que es típica de los jóvenes, y de ahí las consecuentes precipitaciones en su vida, que, en un momento dado, se traducen en realizar una boda de manera irreflexiva y súbitamente o en la muerte de Tybalt, que fue realizada en un momento en donde el impulso irracional lo domina una vez más, ahora con el pretexto de vengarse de la accidentada muerte de su amigo Mercutio.
Esta personalidad se expresa también cuando intenta o piensa suicidarse cuando está en el monasterio, frente al fraile, justo cuando se entera que ha sido exilado o, como finalmente lo hace, sobre la tumba de Julieta, cuando se suicida de manera precipitada —unos segundos después despierta Julieta—, y al hacerlo lo consume con un veneno mortal antes de que ella despierte.
El Amor y la Muerte son centrales en esta obra.
El amor afecta a los protagonistas y, por sus características —no lo sé pero lo intuyo—, los diferencia y los aísla del resto de los personajes que viven invadidos por un odio familiar.
Este amor tiene tres elementos: es intenso; es idealista en el más puro de los sentidos de la juventud, y está expresado en el mundo de las fantasías, esas que podemos encasillar como si fuese el «idealismo» de Romeo y, por último, es un hecho que se quedan solos, aislados del resto de los seres humanos. Los dos amantes enfrentan una soledad —real o ficticia—, tanto que se hacen mutuamente sumisos y codependientes.
La intensidad de su amor la muestran conforme avanzan los sucesos, de tal manera que, pronto, se encuentran solos y aislados. Así le pasa a Julieta antes de tomarse el brebaje mágico: ya no cuenta con nadie a su alrededor, ni siquiera con su querida Nodriza. Nadie está cerca de ella mientras el amor se da en el primer contacto, cuando conoce a este joven que la besa «como dios manda», como ella le dice en la fiesta de su casa, recién había conocido a este joven que ni siquiera sabe cómo se llama o quién es: puro amor puro y a primera vista.
«¿Quién que haya amado, no lo ha hecho a primera vista?», como escribió Shakespeare en Como les guste. En Romeo y Julieta los dos amantes se conocen y se enamoran a primera vista (o con el primer beso), se ven en el balcón y, un día después, se casan para tener, ¡ya!, la noche de bodas, sin importar las circunstancias, justo antes de tener que separarse. Poco después, Julieta finge estar muerta y concluye todo con el suicidio voluntario y por separado de los dos amantes.
¡Qué intensidad! ¡Qué velocidad!
Mientras, los adultos parecen más viejos de lo que son, como lo hemos comentado, pues el contraste es brutal. Romeo expresa su juventud con el lenguaje que usa, empezando con unos versos al estilo de los sonetos de Petrarca (modelo de los sonetos del siglo XVI y XVII), donde compara el amor con la guerra o con la enfermedad y, a veces, hasta con unas frivolidades como la calidad de una comida.
Dentro del mismo esquema métrico, vamos teniendo un mayor contenido real, como es el lenguaje que usan los criados, brutalmente realistas o las burlas de Mercutio hacia su «idolatría del amor» y la reina Mab o el sentido práctico y sensual con el que nos relata la Nodriza algunos capítulos de la vida de Julieta, cuando era una niña y se había caído de bruces.
Romeo y Julieta son dos idealistas enamorados y creen que su relación que sucede como si vivieran en un paraíso. Lo demás no existe: ni las familias, ni los muertos, ni los compromisos morales con sus padres, pues, ¿qué es un nombre?, se pregunta Julieta recargada en el balcón: «nada», porque ella justifica que se llame como se llame su amante, sería como la rosa, que se llame como se llame, siempre tendrá una deliciosa fragancia y seguirá siendo una rosa.
El resto de los personajes viven encerrados en el pequeño mundo de ese pueblo como resulta ser Verona y viven con los pies en la tierra y, por supuesto, cada vez más se van separando del comportamiento de los jóvenes: la Nodriza sabe que la gente debe casarse con quien sea, con tal que sea guapo y tenga una buena fortuna, como es el caso de Paris, por eso le dice a su niña que tal vez sería mejor seguir casada con ese personaje «real» que con un romántico exilado.
Mercutio hace una parodia del comportamiento petrarquista de su amigo Romeo y le lanza uno de los más deliciosos y divertidos parlamentos de esta obra, cuando habla de la reina Mab, el hada por la que, gracias a sus brujerías, las cosas resultan de otra manera.
Otra actitud que contrasta con el idealismo de Romeo y Julieta es lo «convencional» representado por los padres. Por eso, el señor Capuleto se enfurece cuando su hija se niega a obedecerla, pues se trata de un matrimonio de conveniencia, con una buena dote y, por eso se pregunta: ¿qué más puede querer una niña que no tiene la menor idea de lo que es la vida?
Por último, la sanción moralista que está encarnada por el fraile y es aceptada por todos los que participan en la obra: desde los jóvenes idealistas, pasando por los amigos realistas y los viejos convencionales: donde la moderación debe guiar las relaciones de amor y tal vez sea a través del amor de estos dos, que se resuelvan los problemas de la guerra civil.
Todo es inútil.
La mutua sumisión de los enamorados es un hecho, además de que los papeles que juegan de repente y que son complementarios: Romeo actúa a veces como si fuese la parte afeminada de la pareja. Por ejemplo, cuando Tybalt lo reta y él rehúsa enfrentarse a los Capuleto; o cuando se lamenta llorando con la Nodriza la muerte de Tybalt y la desgracia que ha caído sobre los recién casados. El gesto definitivo de esta sumisión es la muerte en el panteón, pues ha preferido someterse al destino de su esposa que enfrentar a sus padres.
Julieta, por su parte, es más propositiva y activa que Romeo: es más seductora y a la vez es más práctica. Se niega a casarse con Paris y es capaz de enfrentarse a sus padres de la imposición de un pretendiente. Se rebela y elige por ella misma a su marido contra todos, sabiendo que Romeo es un enemigo de sus padres. Julieta es valiente cuando se toma la pócima, pues lo hace sin saber lo que le podrá suceder. Finalmente, se da muerte como los hombres, con un puñal —impropio de una dama—, como lo hizo también Lucrecia en el poema lírico que hacía poco había publicado Shakespeare.
Este final de la muerte que comparten Romeo y su Julieta, se relaciona con el amor de una manera paradójica: por un lado, la muerte, lo sabemos, es el mayor de los obstáculos posibles a la plenitud del amor, pero, al mismo tiempo, constituye la única forma posible en la que pueden perpetuar el amor que encuentra constantes obstáculos a su paso en este mundo.
En la obra se asocia el amor con la muerte que, en un momento dado, ocupa el lugar del novio, amante o marido de Julieta. Y volvemos al Prólogo: «el caminar terrible de un amor marcado por la muerte», donde «to die» en inglés, tiene dos acepciones: «morir» y la de «tener un orgasmo». Por eso se unen estos dos conceptos en uno solo y en alemán lo definen como el Liebestod que define esto con tanta precisión.
El suicido resulta ser la última solución viable para impedir su separación. De la paradoja entre el amor y la muerte resulta el gran final, donde no se logra ni una satisfacción plena, ante el desenlace de la muerte, ni el dolor intenso, ante la contemplación de las dos vidas truncadas, sino más bien, se logra el equilibrio trágico que incluye y trasciende a los dos amantes.
Es posible que, en este caso, los amantes se aíslen del resto de sus amigos, parientes y de la nodriza por estar marcados por la intensidad, el idealismo y la mutua sumisión, así que no es para sorprendernos que su muerte se produzca en una absoluta soledad.
El efecto que tienen sobre el espectador es fuerte y parece que se juegan las tres manzanas que se lanzan a la vez: la fuerza del Destino, la guerra entre los familiares y el poder de la muerte, pues el amor de los amantes es a la vez un amor frágil, al tiempo que es fuerte, como los símbolos que usan en sus discursos, como lo es la fugacidad de la chispa y el cielo estrellado.
La obra está estructurada en dos ejes: los problemas familiares y las relaciones entre los dos amantes. Las emociones de las familias cambian en cada uno de los tres encuentros que se dan en la obra: en el primero domina la informalidad; en el segundo encuentro se convierte en furia y, finalmente, cuando saben de la muerte de sus hijos, se convierte en tristeza que les hace, para compensarla, proponer al Príncipe que harán las paces y de pasada, mandarán construir una estatua en oro puro con los dos amantes, como símbolo del amor.
Ahora los guías de turistas —me consta—, nos llevan al balcón de Julieta y la gente cree que en verdad es el balcón de Julieta cuando sabemos que es sólo una obra de teatro que nació de la imaginación del poeta.
El segundo de los temas en esta obra es la relación que hay entre Romeo y Julieta y cómo es que esta evoluciona de forma progresiva durante los cinco actos. Esto tiene que ver con la interrelación que se establece entre ellos y con la simetría con la que se distribuye la acción de los personajes en la obra.
Los obstáculos que tiene que vencer, los problemas familiares, el deseo de los padres de Julieta para que se case con Paris, la vida frívola de los amigos de Romeo, las muertes accidentales o provocadas, el matrimonio a escondidas, etcétera, contribuye a que tengamos una concepción de tal manera en el tiempo, que los separa por completo del mundo de los adultos.
Si a esta tensión y a estas circunstancias opuestas como las que encontramos en esta obra, le agregamos la acción permanente —y mágica— del Destino, la obra adquiere su dimensión trágica, y los acontecimientos se precipitan a gran velocidad para tener una caída que está presente por la velocidad con la que suceden las cosas: se conocen, se casan, se aman, se separan y mueren.
El dramaturgo mantiene la atención del público por el contraste que se produce en las escenas que se yuxtaponen. Por ejemplo, en el punto climático de una de tantas intensidades líricas, cuando los amantes contraen matrimonio, le sigue de inmediato la escena yuxtapuesta: la muerte de Mercutio y de Tybalt.
Verbalmente la espera de Julieta por la llegada de su marido, contrasta con la condena del Príncipe cuando decreta el exilio de Romeo:
 
PRÍNCIPE.— Por su ofensa decretamos ahora su inmediato exilio. Me atañe a mí también el curso de sus pleitos: mi sangre se derrama por un odio que es de ustedes. He de imponer un castigo ejemplar… (3.1. 186-88)

Y en cuanto ésta termina, nos vamos a escuchar la vocecita de Julieta asomada, nerviosa, por el balcón cuando está esperando, ansiosa la llegada de su marido para pasar la noche de bodas y conocerse desnudos en la intimidad:
 
JULIETA.— ¡Corred veloces, caballos de pies de fuego! Galopen donde Febo duerme. El látigo de Faetón, el auriga, ya los habría llevado hasta el Ocaso y me habría traído las nubes de la noche. ¡Extiende tu negro manto, oh noche protectora del amor! ¡Y tú, sol, cierra tus ojos ya! Que Romeo venga, inadvertido, en silencio a mis brazos. Los amantes celebran sus amorosos ritos con la sola luz de su belleza, pues siendo ciego busca el amor la noche.

Dueña soy del palacio del Amor y aún no lo poseo. Vendida fui ya y aún no me gozan. Pesa tanto este día como la víspera de fiesta al impaciente niño que, tiene ropa nueva, pero no le permiten llegar a usarla… (3.2. 1 al 30)

Estas escenas se alternan con algunos pequeños intermedios (unos más cómicos que otros), diseñados para relajar la tensión: una delicia es la narración que hace la Nodriza cuando hace cuentas de los años que tiene Julieta o cuando va a darle el recado a Romeo; o el sueño que tiene éste cuando está en el exilio, en lugar de pensar que está en el callejón sin salida.
Gracias a ese sueño, Romeo cree que hay una salida a sus problemas. En el sueño se libra de la muerte, gracias al beso que le da Julieta.
Las pausas que podrían haber roto la estructura y la dualidad de los sentimientos que se yuxtaponen, el castigo y la esperanza amorosa, parece que están distribuidas para que el público tome un poco de aire y vuelva a hundirse en la tensión feroz que parece está formada por la fuerza del Destino, esa que nos está jalando a todos hasta el final de la obra.
Todos estos elementos de esta obra ponen de manifiesto el nivel de perfeccionamiento que logró Shakespeare para 1595 y que luego seguirá desarrollando hasta completar sus treinta y siete piezas que, hoy en día, todavía se conservan.
La tragedia de Romeo y Julieta, Nuestros Clásicos, Coordinación de Humanidades, UNAM.

lunes, 8 de octubre de 2012

PRENSA. "Las flores póstumas de Baudelaire", reportaje


   En "El País":

Las flores póstumas de Baudelaire

Un libro reúne por primera vez todos los dibujos y últimos escritos en prosa del poeta francés

Las notas muestran la cólera y tristeza del autor

 Madrid 7 OCT 2012
Acorralado por la penosa enfermedad que cercenó su vida, el poeta maldito por excelencia, el hombre que se elevó sobre la vida y entendió sin esfuerzo “el lenguaje de las flores y de las cosas mudas”, llenó su larga agonía de coléricas notas. “De niño tuve en mi corazón dos sentimientos contradictorios, el horror de la vida y el éxtasis de la vida. Es el sello de un holgazán enfermo de nervios”, escribió Charles Baudelaire (1821-1867) en estos Fragmentos póstumos que ahora publica la editorial Sexto Piso. Un volumen que reúne por primera vez todas las notas en prosa finales y también todos los dibujos del autor deLas flores del mal.
“En Francia se ha publicado parte de estos fragmentos, pero siempre en libros en los que muchas de las notas se habían descartado. Las ediciones españolas siempre eran traducciones directas de esas ediciones francesas. En este libro, sin embargo, hemos trabajado directamente sobre los originales. Están todos. No existe, ni siquiera en francés, un libro de estas características”, afirma el escritor mexicano Ernesto Kavi, encargado de la investigación y recopilación que contiene el volumen.
Las notas originales se encuentran repartidas entre la Biblioteca Nacional de Francia, la Biblioteca Jacques Doucet y dispersas en colecciones privadas. “Otro tanto ocurre con los dibujos”, explica Kavi. “La Biblioteca de la ciudad de París posee cuatro y es la que más tiene. El resto está desperdigado en manos de particulares”.
Tras su muerte en una clínica de París, la madre de Baudelaire recogió uno a uno los papeles de su hijo, pequeñas hojas arrancadas de cuadernos en las que anotaba, en lápiz y a pluma, lo que él mismo llamó “proyectiles”, junto a páginas dedicadas a pensamientos, aforismos, listas y proyectos. Madame Aupick se las entregó a su editor, Auguste Poulet-Malassis, el único que podía encontrar algún sentido en aquel caos. Malassis los ordenó y es esa la ruta que ahora se ha seguido. Los dibujos, la mayoría en manos de sus amigos, también fueron recogidos por el editor en un cuaderno. Vivieron una azarosa vida. Fueron publicados y reunidos, pero en 1988 salieron a subasta y se volvieron a dispersar.
Los manuscritos están dispersos entre instituciones y manos privadas
Los pensamientos de Baudelaire muestran la rabia, cólera y tristeza de un hombre rodeado por la enfermedad y el exilio. Su caligrafía es desordenada. Pero, lejos del tópico del poeta embriagado y mujeriego, surge el hombre preocupado por el futuro. “Para él, el trabajo era una tortura, pero no hacía más que trabajar, le preocupaban su gloria como poeta y el dinero. Las notas son un fiel reflejo de esa batalla interior entre el desorden de su vida y su pensamiento y el orden que quiere imponerse para ser un gran artista”.
Dibujo de Baudelaire 'La Fanfarlo'.
El 23 de enero de 1862, el poeta escribe: “En lo moral, como en lo físico, siempre he tenido la sensación de un abismo, no solo el abismo del sueño, sino el abismo de la acción, de la ensoñación, del recuerdo, del deseo, del arrepentimiento, del remordimiento, de la belleza, del número… He cultivado mi histeria con placer y con terror. Siempre tengo vértigo y hoy he sufrido una singular advertencia, he sentido pasar sobre mí el viento del ala de la imbecilidad”.
Baudelaire reflexiona una y otra vez sobre las tareas del escritor, sobre la inspiración y el tiempo. Anota que el placer desgasta, pero el trabajo fortifica. El coraje del escritor, el destino, la concentración frente a la dispersión. El poeta zarandea sus obsesiones. “Sería dulce, quizá, ser, alternativamente, víctima y verdugo”, apunta. Surge su profundo y estrecho sentido de lo sagrado: “Si la religión desapareciera de este mundo, volveríamos a encontrarla en el corazón del ateo”.
"Ni en francés hay un libro así", afirma el responsable de esta recopilación
En La Folie Baudelaire (Anagrama), Roberto Calasso ofrece un consejo que bien vale para el libro que ahora se edita: “Para quien está rodeado y atormentado por la desolación y el agotamiento es difícil encontrar algo mejor que una página de Baudelaire. Prosa, poesía, poemillas en prosa, cartas, fragmentos: todo sirve”. Quizá basta para ilustrar las palabras del escritor florentino un fragmento perteneciente a uno de los manuscritos menos conocidos, que catalogado bajo la letra D está custodiado por la Biblioteca Literaria de Jacques Doucet. La lucidez del poeta maldito solo puede provocar hoy un fatal escalofrío acompañado de un aliento de esperanza: “Síntomas de ruina. Construcciones inmensas. Uno sobre otro, demasiados apartamentos, habitaciones, templos, galerías, escaleras, desembocaduras, belvederes, farolas, fuentes, estatuas. —Fisuras, grietas. Humedad que proviene de un contenedor situado cerca del cielo—. ¿Cómo advertir a las personas, a las naciones?, advertimos, al oído, a los más inteligentes”.

miércoles, 19 de septiembre de 2012

TEXTO PERIODÍSTICO. Características del dandi

El escritor Oscar Wilde en una imagen de 1882. / ASSOCIATED PRESS
   En "El País":

Conviértase en un dandi con consejos literarios

'Prodigiosos mirmidones' repasa a través de la literatura la figura de estos héroes numantinos

 Madrid 19 SEP 2012
Hay ocasiones –pocas- en las que la vida y el arte encuentran efímeros espacios de convivencia donde pululan personajes capaces de erigirse en héroes numantinos sin quitarse la máscara. Se llaman dandis y traspasan límites temporales y geográficos haciendo de su rebeldía disonante enseña anti etiquetas. Prodigiosos mirmidones (Capitán Swing, 2012) disecciona desde la literatura esta figura tomando la definición que Baudelaire usó en 1863 para denominar a los integrantes de una curiosa secta que se extendía poco a poco en la alta sociedad parisiense.
"Estos seres no tienen otro problema que el de cultivar la idea de lo bello en su persona, satisfacer sus pasiones, sentir y pensar", escribiría Baudelaire. "La más absoluta simplicidad es el mejor modo de distinguirse". Leticia García y Carlos Primo, coordinadores de este manual del perfecto dandi –aunque su intención nunca ha estado más lejos de armar un decálogo-, han sacado de textos de Honoré de Balzac, Thomas Carlyle, Virginia Woolf, Albert Camus y Francisco Umbral, la excusa perfecta para hacer apología de una efigie ¿en extinción? 
"El espíritu de un hombre se adivina por su forma de llevar el bastón. Las distinciones se envilecen, o mueren, al hacerse comunes", argumenta Balzac en el Tratado de la vida elegante que se incluye en Prodigiosos mirmidones. La apariencia es esencia en los dandis, hasta que la atraviesa la masa. “El síntoma definitivo que augura la desaparición de esta figura es, curiosamente, la incorporación del término al lenguaje general”, aseguran los autores.
¿La moda mató al dandi, como dijo Barthes? "Es el estilo de vida lo que los hace únicos, no el dinero, el poder, la posición, el talento o la inteligencia", apunta Tom Wolfe en Underground de mediodía. Su descripción del prototipo que salió de la subcultura británica -"muchachos y muchachas con atuendos sexy, chavales con pantalones de taleguilla, minifaldas, medias de malla, sostenes de media copa, montes de venus a medida, modelos de Cardin, escotes hasta el ombligo, zapatos Victoria, pliegues invertidos, maxi-pelos, maxi-ojos,..."- contrasta con el clásico modelo que glosó Virginia Woolf en Beau Brummell: "Beau de quien había emanado lo gracioso y lo exquisito, hubo de ser empujado hacia la tumba como cualquier viejo mal vestido, mal educado y molesto".
Entonces, ¿quedan dandis? Decidan ustedes con el siguiente recorrido por las características moleculares de estos personajes.

El dandi es:

  • El último resplandor de heroísmo en decadencia, escribió Baudelaire.
  • Un relumbrón rebelde de lo singular. Una forma de protesta, bella aunque chocante. No quiere gustar, sino disgustar o sorprender o epatar. Resultar distinto.
  • Una elegancia distinta. Usa la elegancia y al mismo tiempo la rompe. Esmera su vestuario, pero no solo admite, sino que precisa de disonancias. Corsarios de guante amarillo, que diría Balzac.
  • No es solo ropa y adorno, sino ideología. Manera de vivir, de estar a la contra. Imagen pensante.
  • El diablo con apariencia de hermoso adolescente, naturalmente melancólico.
  • El cruce inextricable con el esplín, el hastío y la añoranza.
  • Aquel al que el público general no le interesa: buscan el aplauso (que tomarán de manera diferente) de la minoría –a la que buscan escandalizar- y el desdén de la mayoría garrula –su enemigo mortal-.
  • No quiere pertenecer a ninguna clase social –a la alta tampoco-, aspira a ser un desclasado, lo que le permitirá más libremente lucir su extraña rebeldía, que en ocasiones hasta parece ir contra la vida misma porque aún es más dandi la mera ambigüedad.
  • Es inevitablemente un perdedor.
  • La frialdad y la contención.
  • La teatralidad. Escapar de la decepcionante realidad, estetizando la cotidianidad y convirtiendo la vida en una cuidada autopercepción.
  • El dandismo es una distinción más metafísica que social, Barthes.
  • Cultiva el detalle y la anécdota en detrimento de los grandes valores. Se aferra a un mundo perdido a través de pequeños gestos y detalles efímeros. Esta fugacidad lo convierte en un nuevo estoico.
  • Un aristócrata individual.
  • Fiel a sí mismo.
  • Se le atribuyen todos los pecados, las perversidades y todos los desvíos imaginables, incluidos los sexuales.

domingo, 16 de septiembre de 2012

"DECAMERÓN". Jornada séptima


   En el siguiente enlace, podéis leer todos los cuentos de la Jornada VII del Decamerón:
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ita/boccaccio/07.htm

martes, 15 de mayo de 2012

PRENSA. Samuel Beckett


El escritor y dramaturgo, Samuel Beckett. / CORDON PRESS . "El País"



   En "El País":
Beckett, ese pájaro negro y solitario
   La biografía de Anthony Cronin sigue los derroteros de un escritor desgarrado cargado de humor.
   Obtuvo el Premio Nobel en 1969
   José Andrés Rojo  15 MAY 2012

     En el libro que Enrique Vila-Matas dedicó a los años que pasó en París cuenta que un día, paseando por los jardines de Luxemburgo, divisó en una alameda secundaria a “un pájaro negro y solitario, casi inmóvil, leyendo el periódico”. Ahora aparece en España una de las mejores biografías dedicadas a aquel singular caballero, la que el irlandés Anthony Cronin publicó en 1997 y que es, seguramente, la que mejor reconstruye los pasos que fue dando ese “pájaro negro y solitario” hasta que conquistó su propia voz, una de las más poderosas y desamparadas del siglo XX y que le valió recibir el Premio Nobel de Literatura en 1969. Samuel Beckett. El último modernista (La uÑa RoTa, traducido por Miguel Martínez-Lage) empieza por lo más lejano. “Yo tengo un recuerdo claro de mi existencia fetal”, contó Beckett alguna vez. “Fue una existencia en la que ninguna voz, ningún movimiento posible podía liberarme de la agonía y las tinieblas a las que estaba sujeto”. A partir de ahí, va siguiendo meticulosamente sus pasos hasta el día de su muerte, el 22 de diciembre de 1989.
   “Tuvo sentimientos encontrados con respecto a su madre, pero tuvo un considerable afecto por su padre”, escribe Cronin. Samuel fue el segundo hijo de una familia acomodada que vivía en Foxrock, un barrio residencial de Dublín, donde nació el 13 de abril de 1906. Tímido, reservado, enfermizo, solitario, no supo llevar bien la rigurosa educación y la extrema frialdad que su madre imponía en casa, de ahí que recordara su estancia en el 'Portora Royal School', el internado al que fue enviado en 1920, como “los últimos años realmente felices en mucho tiempo”. En aquella institución, chapada a la antigua, fue realmente popular. Le costaba relacionarse con sus compañeros pero triunfó como deportista. Destacó sobre todo en el críquet, pero practicó también el rugby e, incluso, el boxeo. Nadaba estupendamente, jugaba al tenis y al golf, más adelante tuvo una moto. Sorprende que alguien tan volcado en los deportes escribiera posteriormente tan lúgubres diagnósticos sobre la condición humana, como este apunte de un breve texto de 1957: “No, no me arrepiento de nada, lo único que me fastidia es haber nacido, es tan largo, morir, siempre lo he dicho, tan cansado a la larga”.
   Ese fue, sin embargo, el tono de su obra: la desolación, un radical pesimismo, la brutal certeza de la ausencia total de cualquier sentido. Todo eso servido, ciertamente, con un peculiar sentido del humor (lo calificaron de “crudo” cuando empezó a publicar). Estudió en el 'Trinity College' de Dublín entre 1923 y 1927 y se licenció en filología moderna. Consiguió una plaza como lector de inglés en la 'École Normale Supérieure' y llegó a París, entonces el centro de las vanguardias, en 1928. Allí conoció a James Joyce, que fue decisivo para su futura dedicación a la literatura. Era tal la proximidad entre ambos escritores, ambos irlandeses y miopes que cuando estaban a solas, cuenta Cronin, “uno de sus principales métodos de comunicación eran los silencios mutuos, como dijera Beckett, ‘dirigidos el uno al otro”.
   La vida de Beckett estuvo llena de desplazamientos antes de que se instalara en Francia de manera definitiva a partir de noviembre de 1937, y decidiera unos años después escribir el grueso de su obra en francés. Cronin lo sigue de manera escrupulosa, va dando cuenta de cada una de sus amistades y amoríos, disecciona sus obsesiones, analiza cada nuevo texto que escribe, y muestra el desgarro íntimo que lo acompañó todo el tiempo: liberarse de Irlanda aun cuando llevara clavado su paisaje como un rasgo insoslayable de su mirada. Cultivó los círculos intelectuales de los lugares por los que fue pasando aun cuando nunca formara parte de grupo alguno, fue gran amigo de Giacometti —“los dos eran aves nocturnas y adictos a las caminatas”— y amante, “reticente” según Cronin, de Peggy Guggenheim. Suzanne Deschevaux-Dumesnil, seis años mayor que él, fue la mujer decisiva. “Ella me convirtió en un hombre”, dijo Beckett, “ella me salvó”. Pasaba una época difícil, bebía mucho, no trabajaba, un día fue apuñalado por un proxeneta.
   Gracias a la influencia de Suzanne empezó a ser más un ciudadano francés que un irlandés exiliado. En septiembre de 1938 todo el mundo, incluso alguien tan apolítico como Beckett, sabía que habría guerra. Tuvo noticias de la crueldad y la virulencia del antisemitismo nazi y un día decidió saber qué contenía Mein Kampf, el libro de Hitler. Un tiempo después de la ocupación de París, empezó a colaborar con la Resistencia. Cuando terminó el horror que dejó el mundo sembrado de cadáveres fue condecorado con la Croix de Guerre.
   “Molloy y todo lo que vino después fue posible el día en que tomé conciencia de mi propia estupidez. Entonces empecé a escribir lo que sentía”, explicó Beckett años más tarde refiriéndose a la primera novela de su trilogía más célebre. La escribió, como otras de sus grandes obras, en un periodo de máxima creatividad, el que va de los años 1946 a 1950.
   Esperando a Godot fue la obra que lo encumbró y le permitió llevar su universo de seres abandonados y perdidos al gran público. “El cuaderno escolar en el que se escribió a toda velocidad y sin apenas enmiendas lleva la fecha del 9 de octubre de 1948 en la primera hoja y del 29 de enero de 1949 en la última”, cuenta Cronin. A partir de entonces, siguió escribiendo de manera infatigable, pero los cimientos de su literatura eran ya inconmovibles. Todavía tuvo un gran amor (Barbara Bray) aunque siguió con Suzanne, y, claro, no dejó de beber. Cuando le otorgaron el Nobel en 1969 lo consideró “una catástrofe”. Nunca le había interesado ese tipo de gloria.

   Samuel Beckett, el último modernista. Anthony Cronin. Traducción de Miguel Martínez-Lage. La uÑa RoTa. Madrid.

domingo, 22 de abril de 2012

PRENSA CULTURAL. Crítica de "Kafka" de Pietro Citati. Por Alberto Manguel




'El pensador','de Franz Kafka (ilustración del libro 'Dibujos. Franz Kafka'. Sexto Piso)
   En "El País":
Doble juego de culpa
   Los seres humanos somos, según Kafka, encarnaciones modernas de Odiseo. Pietro Citati analiza la vida y la obra del escritor a través de una intuición teológica y de la figura de un dios que nos ofrece la dicha y la imposibilidad de gozarla.

Alberto Manguel 21 ABR 2012

   Hay un género literario que consiste por lo esencial en informes de lectura. Desde las anotaciones talmúdicas que se resignaban a comentar el texto sagrado sabiendo que nunca alcanzarían a entender plenamente siquiera la primera página hasta las ufanas confesiones de hoy en día en las que novicios lectores de Proust y Montaigne cuentan al mundo sus epifanías, los practicantes de este género intentan exponer, en carne propia, por así decirlo, qué cosa es el hecho literario. Cada lector es, in potentia, autor de una de estas crónicas; algunos (Chesterton leyendo a Dickens, Octavio Paz a Sor Juana, Ismaíl Kadaré a Dante) acaban componiendo obras que a su vez permitirían concebir nuevos textos. Adolfo Bioy Casares imaginó alguna vez una monstruosa cadena en la cual todas las artes participarían, comentándose las unas a las otras, y propuso erigir una estatua al compositor de una sinfonía basada en la pieza de teatro sugerida por las Coplas a la muerte de su padre.
   Kafka se presta idealmente a tales ejercicios. “Leemos para hacer preguntas”, escribió alguna vez a un amigo. Al leerlo, tenemos la impresión de que esas preguntas están siempre más allá de nuestro entendimiento, prometiéndonos una respuesta no ahora sino quizás la próxima vez. Algo en su obra —algo inacabado, precisamente construido, abierto— nos permite aproximaciones, intuiciones, entresueños, nunca la comprensión cabal. En una escritura precisa y severa, en páginas obtenidas “con rabia”, dice, “a puñetazos”, Kafka nos plantea absolutas incertidumbres. Su estilo puede resumirse en su descripción de unos troncos en la nieve: “En apariencia yacen allí, lustrosos, y un pequeño empujón bastaría para echarlos a rodar. No, no podemos hacerlo, porque están firmemente arraigados al suelo. Pero ved, esto también es sólo apariencia”.
   Pietro Citati, conocido por sus lecturas de Goethe y de Tolstói, ha decidido librarse a la exploración de tales apariencias. Tiene a su favor un íntimo conocimiento de la obra de Kafka y de su vida, un ojo de relojero para investigar la sutil mecánica de sus argumentos, una poco común habilidad para descubrir enlaces y correspondencias entre textos aparentemente muy distintos. Todo esto le permite discernir en la obra de Kafka una suerte de intuición teológica, un progresivo ascenso hacia un terrible dios que nos ofrece a la vez la dicha y la imposibilidad de gozarla. Para Kafka, dice con certeza Citati, en la fluida traducción de José Ramón Monreal, el Jardín del Edén “todavía existe, si bien vacío de nuestra presencia, y aún hoy está hecho para nosotros y destinado a servirnos”. Como la Ley ante cuyas puertas espera el protagonista de la fábula contada en El proceso, el Edén permanece abierto para nosotros hasta el momento de nuestra muerte. “Vivimos ahora, ya”, dice Citati parafraseando a Kafka, “en la eternidad. La eternidad no es algo que vaya a venir después, como afirman persas y cristianos. El mundo de la gracia, de lo que nos es dado, está ya presente. La gracia ya está aquí, como un apacible lago de luz. Por consiguiente, estamos salvados”.
   Esta feliz noción puede parecer exactamente opuesta a la del Kafka que conocemos, salvo que, agrega Citati, al mismo tiempo, esa salvación no nos salva. Según Kafka (cuenta Citati) Dios quería que comiésemos del fruto del árbol de la ciencia para poder expulsarnos del Edén y para impedirnos comer del fruto de la vida; por otra parte, Dios quería que comiésemos de ese fruto, puesto que sólo así nos volveríamos perfectos. Somos entonces culpables por haber comido un fruto y por no haber comido el otro. Para Kafka, dice Citati, “somos pecadores por parte doble”.
   A través de este doble juego de culpa se desarrolla toda la obra de Kafka. Sus protagonistas humanos y animales, y quienes, como Gregor Samsa, pasan de la condición de uno a la del otro, son culpables sin serlo, por la sola razón de existir. Nadie sabe por qué crimen Josef K. en El proceso es condenado, ni por qué falta K. no podrá acceder nunca al Castillo. La culpa del prisionero en La colonia penitenciaria no puede ser conocida, ni siquiera por él mismo, salvo a través de la aguja que graba, con infinitos arrequives, el nombre de su innombrable pecado en la carne viva. Culpables sin conocimiento de causa, salvados sin acceso a la salvación, los seres humanos somos, para Kafka, encarnaciones modernas de Odiseo, cuyo obligatorio retorno es constantemente impedido por un caprichoso y persistente dios. Es famosa la respuesta que Kafka dio a su amigo Max Brod cuando éste, harto de tanta pesadumbre, lo increpó: “¡Pero si dices eso, entonces no hay esperanza!”. “Ah no”, le respondió Kafka con una sonrisa. “Esperanza hay, pero no para nosotros”. Bajo esa esperanza siempre ajena transcurren nuestros sufridos días y agónicas noches.
   Cuenta Citati que, un año antes de su muerte, Kafka se encontró en Müritz con su hermana Elli y sus tres hijos pequeños. Uno de ellos tropezó y cayó al suelo. Los otros estuvieron a punto de reír cuando Kafka, para evitar que el niño se sintiera humillado por su torpeza, le dijo con un tono de gran admiración: “¡Qué bien te has caído, y qué maravillosamente te has levantado!”. Podemos imaginar que, toda su vida, caída tras caída, y sabiendo que la espera era en vano, Kafka esperó que Alguien le dijese esas palabras.
   La vida de Kafka fue contada ya muchas veces; sus diarios y su correspondencia (aún vergonzosamente incompletos en traducción castellana) revelan a sus lectores innumerables facetas del imprescindible autor. Y sin embargo, a pesar de tales socorros, su obra sigue pareciéndonos inacabable, insondable. Con este libro, Citati agrega su nombre a los de otros ilustres lectores de Kafka (Brod, Borges, Marthe Robert, Ernst Pawel, Roberto Calasso) quienes intentaron aclarar y profundizar la lectura de sus libros. Afortunadamente, a pesar de la clara originalidad de estas exploraciones, tal como los comentadores talmúdicos a quienes Kafka tanto debe, nunca avanzamos más allá de su inconmensurable primera página.

'Kafka'
Pietro Citati
Traducción de José Ramón Monreal
Acantilado. Barcelona, 2012
364 páginas. 24 euros

viernes, 13 de enero de 2012

DOSTOIEVSKI. Biografía. Por Stefan Zweig

Dostoievski

   En el siguiente enlace, podéis leer la biografía de Dostoievski, escrita por Stefan Zweig:
BIOGRAFÍA
Stefan Zweig