domingo, 14 de diciembre de 2014

PRENSA. "Baudelaire y el 'tonto' Víctor Hugo"

   En "El País":

Baudelaire y el ‘tonto’ Víctor Hugo

Christie's subasta una carta desconocida en la que el autor de 'Las flores del mal' tacha de 'estúpidas' las misivas del escritor de 'Los miserables'

Retrato coloreado de Baudelaire realizado por Félix Nadar en 1860.
Una carta inédita de Charles Baudelaire demuestra que la relación con su colega escritor Víctor Hugo estaba lejos de ser amistosa y, mucho menos poética. Así lo revela un documento que hoy subasta Christie’s en Nueva York, junto a una primera edición de la famosa colección de poemas de Baudelaire Las flores del mal, y de los que se hace eco el diario The Guardian.
Charles Baudelaire (Paris,1821-1867) adulaba en público al autor de Los miserables; en una reseña que hizo de esta novela en la publicación Le Boulevard en 1862 se deshacía en elogios, pero en privado arremetía contra él. En la carta que ahora se subasta, escrita en enero de 1860 a un destinatario desconocido, Baudelaire se queja de Hugo. "No para de enviarme cartas estúpidas", dice, y añade que le inspiran "escribir un ensayo para demostrar que, por una ley fatal, un genio siempre es un idiota". También en otra carta que Baudelaire remitió a su madre describía a Hugo como un "inmundo e inepto" e ironizaba sobre su propia capacidad de juzgar a su colega: "He demostrado que poseo el arte de la mentira".
Cuando Baudelaire publicó en 1857 la primera edición de Las flores del mal se enfrentó a la censura de la época: tuvo que suprimir seis poemas de la colección por orden de un juez. Víctor Hugo se solidarizó con él y en agosto de 1857 le comentó: "Tus flores brillan como estrellas". Más tarde, en 1859, le diría: "Nos provocas una nueva clase de estremecimiento". En retorno a los halagos, Baudelaire le dedicó tres poemas, pero no era sincero en sus demostraciones.
Fragmento de la carta de Baudelaire donde arremete contra Víctor Hugo.
Victor Hugo (Besançon, 1802-París, 1885) alcanzó gran popularidad como novelista, poeta y dramaturgo y esto causaba la envidia de otros escritores. En concreto, Charles Baudelaire le tenía "una envidia corrosiva", según apunta la especialista en literatura francesa Rosemary Lloyd, autora deThe Cambridge companion to Baudelaire.
El volumen de Las flores del mal de la primera edición de 1857 que subasta Christie's , con un precio de salida de 88.400 euros, contiene los seis capítulos que después fueron censurados y también tiene adosadas al final la carta en la que descalifica a Hugo, así como otras misiva dirigida a su editor y amigo Auguste Poulet-Malassis.
La casa de subastas lanza asimismo a la venta otras edicionesde Las flores del mal, una de 1868-69, con una introducción de Théophile Gautier, y otra de 1910, ilustrada por Georges Rochegrosse.

sábado, 18 de octubre de 2014

PRENSA. Sobre los clásicos y el "Decamerón"

Clásicos que deberías leer aunque te digan que deberías leerlos: el Decamerón

Publicado por 
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Una escena de Il Decamerone, de Pier Paolo Pasolini. Fotografía: MGM.
En el arranque de ese delirante laberinto que es Si una noche de invierno un viajeroItalo Calvino nos describe las diversas barreras de libros por los que ha pasado el lector de la novela (es decir, nosotros mismos) antes de encontrar el ejemplar que tiene en sus manos (la propia Si una noche de invierno un viajero). Algunas de esas barreras son tan peculiares como Libros Hechos Para Otros Usos Que La Lectura o Libros Que Te Faltan Para Colocarlos Junto A Otros Libros En Tu Estantería. Otras, sin embargo son particularmente atinadas, como Libros Que Has Fingido Siempre Haber Leído Mientras Que Ya Sería Hora De Que Te Decidieses A Leerlos De Veras.
Como en los buenos monólogos de stand-up comedy, las barreras de Calvino nos hacen sonreír porque nos sentimos identificados con ellas. Cada uno de nosotros tiene una lista de libros pendientes, del mismo modo que cada uno tiene su lista de libros que desearía no haber leídoSobre todo una a la que podríamos llamar Libros Clásicos Que De Algún Modo No Consciente Sabes Que Deberías Haber Leído Pero Te Resistes A Ello Porque No Tienes Muy Claro Por Dónde Empezar. ¿Acaso no tenemos todos nuestra lista de clásicos por leer? Algunos no los hemos leído por pereza, otros porque ya sabemos cómo acaban, y otros, sencillamente, porque hemos tenido cosas mejores que hacer. No es que debamos avergonzarnos por ello, pues tres mil años de tradición literaria (solo en Occidente) hacen que sea bastante lógico el tener algún libro pendiente.
En este tema, de todos modos, es necesario tener cuidado con la semántica: ¿acaso clásico es sinónimo deantiguo cuando hablamos de literatura? Sí, pero no. Todos los libros clásicos son antiguos; pero el DRAE(Diccionario de la Real Academia Española), en su tercera acepción, nos ayuda a comprender por qué no todos los libros antiguos son clásicos:
Dicho de un autor o de una obra: Que se tiene por modelo digno de imitación en cualquier arte o ciencia.
Lo que no aclara el DRAE es quién decide lo que es digno de imitación. O lo que es lo mismo: ¿quién decide lo que es bueno y lo que no? ¿Usted? ¿Yo? ¿Mi tía María la que vive en Leganés? ¿En quién podemos confiar para tener un criterio objetivo sobre un libro? Buena pregunta, ¿verdad? Dense un tiempo para buscar una posible respuesta.
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
¿Qué juez es lo suficientemente sincero e imparcial como para sentenciar si un texto literario es modelo digno de imitación?
Tic.
Tac.
Tic.
Tac.
En efecto. La respuesta es el tiempo.
Un clásico es una obra a la que el tiempo no solo no ha olvidado sino que le ha dado una suerte de denominación de origen. Un texto que siglos después de su creación sigue vivo porque su contenido sigue vigente. Su mensaje. Su discurso. Quizás un poco oxidado si algunos aspectos tan importantes como el lenguaje o el estilo no se corresponden del todo con los que usamos hoy, pero vivo a fin de cuentas. O, si lo prefieren, que aún no ha muerto. Es decir, un libro inmortal.
Esto no tiene nada que ver con el éxito comercial. To have and to hold, de Mary Johnston, fue el libro más vendido en Estados Unidos en 1900. No les suena demasiado, ¿verdad? Claro que no. Es un libro antiguo, otro más, que el tiempo ha decidido olvidar. Tanto la Celestina como el Quijote fueron también grandes éxitos desde el primer día de su publicación. Pero no han pasado a la posteridad por ello, sino por ser buenas obras.
¿Pero qué significa «bueno» cuando hablamos de literatura? ¿O, más concretamente, «ser bueno»? Estamos tan acostumbrados a pontificar sobre lo bueno y lo malo desde nuestros minúsculos púlpitos unipersonales que solemos olvidar la diferencia entre que algo sea bueno (o malo) y que ese algo nos parezca bueno (o malo). Quizás deberíamos, en nombre de nuestro amor a la lectura, desarrollar un doble criterio: el de saber si ese libro es bueno o no, y el de si nos lo parece. A fin de cuentas, tenemos todo el derecho a que algo bueno no nos guste. Otra cosa es ser conscientes de que esa opinión subjetiva no merma su calidad, por muy subjetiva que también sea la calidad literaria. A mí, por ejemplo, Azorín y Kerouac me aburren soberanamente, aunque jamás podría decir de ellos que son malos autores.
Otro problema al abordar la lectura de los clásicos es que a muchos les entra el canguelo recordando aquellas terribles clases de Literatura en las que se tenía que memorizar la fecha de nacimiento de Jorge Manrique, las características de la épica medieval y eso tan arcaico de contar sílabas con los dedos, amén de esa palabreja tan graciosa que es la sinalefa. ¿Cómo no vamos a tener miedo a los clásicos si, en muchos casos, sus principales defensores han sido siempre filólogos armados con sesudos ensayos y profesores parapetados tras comentarios de texto con miles de apartados donde analizar la estructura externa, la estructura interna y el uso de las herramientas literarias? Filólogos y maestros que suelen olvidar que, además del estudioso de la forma y el contenido, hay un tipo de lector claramente mayoritario: el que lee por el simple placer de leer.
No podemos acercarnos a los clásicos como si estuvieran en una mesa de taxidermista: los clásicos están vivos, y merecen ser tratados como tal. Hay que sacarlos de paseo, tomar un café con ellos, escuchar lo que tienen que contarnos, contarles nuestras cosas y quedar de vez en cuando para ponerse al día. «No es verdad», dirán algunos, «los clásicos son aburridos. No se entienden. Hablan raro». Bueno, unos sí y otros no. Pero lo mismo pensarán, yo qué sé, los gallegos de los de Badajoz o los mexicanos de los españoles, y no por eso vamos a dejar de hablarnos unos con otros si nos apetece entablar amistad. En el caso de la literatura, contamos además con la inestimable ayuda de las notas a pie de página, que vienen a ser algo así como ver algo en versión original subtitulada.
Anímense. Saquen un rato para abordar su lista personal de clásicos por leer. Argumentos a favor hay mil, como estosesteeste o incluso este. Pero ninguno es tan poderoso como que los clásicos son, por definición, buenos libros. No lo digo yo: lo dice el tiempo, no se me ha de tachar. Y si no saben por dónde empezar, qué más da. Cojan uno y comiencen a leer. Háganlo por orden alfabético, por el color de la portada, por el que más rabia les dé. Y si aun así siguen sin decidirse, quizás les pueda ayudar esta nueva serie de artículos de Jot Down que comienza hoy con una de las mejores colecciones de cuentos de la literatura universal.
1348. La epidemia de peste que recorre Europa se está cebando con la orgullosa ciudad de Florencia. Nadie sabía qué hacer ante una enfermedad «que en su comienzo nacían a los varones y a las hembras semejantemente en las ingles o bajo las axilas, ciertas hinchazones que algunas crecían hasta el tamaño de una manzana y otras de un huevo». Así que un grupo de mozos (siete chicas y tres chicos) deciden marcharse a una quinta a las afueras de la ciudad para evitar el contagio y esperar a que este Apocalipsis en forma de plaga acabe cuanto antes. Qué planteamiento, ¿verdad? Si cambiásemos la fecha por una de dentro de unas décadas y la palabra peste por ataque nuclearepidemia zombi o invasión alienígena nos encontraríamos con un blockbuster distópico próximamente en todas sus pantallas. Solo que el Decamerón no es un thriller ni sus personajes viven aterrorizados, pues es más una exaltación luminosa del beatus ille y del collige, virgo, rosas. O lo que es lo mismo, un canto a la esperanza del que huye del mundanal ruido. ¿A quién no le apetecería, por ejemplo, marcharse a una villa en la Toscana con unos amigos hasta que se acabe la crisis de una vez? A eso se dedican estos jóvenes: a disfrutar de la belleza de la vida. Que parece que no, pero existir existe.
Oigo desde aquí los comentarios jocosos de algún lector más jocoso aún: «Si son jóvenes, lo que harán es retozar todo el día entre ellos». Muy gracioso esto, sí. Pero todos sabemos que esa no es la verdad. A lo que dedican —y no todos— la mayor parte del tiempo es a intentar retozar. Que es lo que les pasa a estos florentinos veinteañeros. Sobre todo, cómo no, a los varones. Sería más fácil emplear un verbo más directo en lugar de retozar, sí, pero estaríamos traicionando la delicadeza con la que Bocaccio describe el despertar a la sensualidad de estos muchachos y muchachas.
«¿Me está usted diciendo que el Decamerón, esa joya del Renacimiento escrita por Giovanni Bocaccio, que está considerada como la primera obra en prosa escrita en lengua italiana, es un libro de jóvenes en celo?». Pues sí, caballero, es justamente eso lo que estoy diciendo. Me alegro de que usted tenga más comprensión lectora de lo que dice el informe PISA. Lo que no estoy diciendo en absoluto es que el Decamerón sea un libro que merezca la pena leer porque trate de jóvenes en celo. Pero vayamos a lo importante: ¿qué es lo que hacen estos jovencitos para intentar retozar? Pues lo que hemos hecho todos: hacernos los simpáticos, tontear compulsivamente y, sobre todo, contar historias.
Da igual que nosotros comiéramos pipas y echáramos nuestros primeros cigarros en un banco del parque o que los protagonistas del Decamerón canten y rían en ese lugar paradisíaco (locus amoenus para los puristas) en el que están confinados: tanto ellos como nosotros nos desenvolvemos en sociedad contando y escuchando historias; el mayor descubrimiento del ser humano desde la época de las cavernas, cuando hombres y mujeres se sentaban en torno a la hoguera para compartir sus experiencias, sus temores y sus fantasías.
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A tale from the Decameron, una pintura de 1916 de John William Waterhouse.
Dicho y hecho: cada uno de ellos contará una historia al día durante el tiempo que durará su estancia en la finca. Pero como en este reality show florentino son todos muy renacentistas (y por tanto amantes del orden y la simetría), los jovencitos deciden amablemente entre ellos que tanto cachondeo tiene que estar regido por unas normas. Así que cada noche uno de ellos será nombrado rey o reina para que, entre otras responsabilidades, decida el tema sobre el que tratarán las historias que se narren el día siguiente. Tan solo a Dioneo, el más ingenioso de todos, se le permite salirse del tema propuesto cada día.
Hasta aquí el contexto en el que se sitúa el Decamerón. Muchos lectores prefieren saltarse esta introducción para ir directamente a los cuentos. Puede hacerse, pues estos son completamente independientes. Desde aquí recomendamos que no lo hagan, pues, aunque sutil, la relación que se establece entre los jóvenes es un bello estudio de usos amorosos del Trecento, por no hablar del moderno componente metaliterario: las reacciones, halagos y críticas a cada uno de los relatos por parte de los otros nueve narradores. Pero aún hay algo más: una de las características de la literatura es que nos enseña que otros mundos son posibles. Mundos ficticios como UtopíaLilliput o Macondo, pero también versiones mejoradas del nuestro. Si releen el párrafo anterior verán que tras esa pátina de happy hippy love, Bocaccio nos plantea la posibilidad real de que en nuestro mundo hombres y mujeres sean iguales y felices por ello; que el poderoso sea elegido en armonía, que este comprenda que su labor es promover la felicidad de sus súbditos para que esa armonía no se rompa. Y, de paso, recordarnos que la libertad individual (incluso rozando la anarquía) debe ser un elemento sine qua nonpara alcanzar la estabilidad social.
Aún así, esto no deja de ser un marco para el desarrollo de los cuentos. Aquí cabría decir aquello de marco incomparable, pero como esto no es un lugar común sino un locus amoenus, diremos que es un marco literario que potencia la unidad de la historia (Florencia, la peste, jóvenes en celo) frente a las obras de arte individuales que son cada uno de los cien relatos (diez días, diez narradores). Bocaccio, siguiendo el gusto medieval por las colecciones de cuentos como el Sendebar, el Calila e Dimna y otros tantos, recopila aquí un microcosmos en el que todos los lectores u oyentes puedan quedar satisfechos ante el despliegue de cuentos trágicos, cómicos, satíricos, religiosos, sensuales, de aventuras, exóticos, dramáticos, reflexivos, heroicos… Algunos son simples chistes populares y otros, novelas cortas. Muchos están anclados irremisiblemente en la época en que fueron escritos, pero otros nos aportan un punto de vista que incluso hoy nos parece, digamos, no mainstream. La claridad de su estructura, la multiplicidad de temas, la brevedad de la mayoría de los relatos y la sencillez del lenguaje convierten al Decamerón en una lectura muy recomendable para todos aquellos que todavía sienten por los clásicos ese respeto reverencial de se-mira-pero-no-se-toca.
Sería impensable hablar aquí de todos y cada uno de los relatos. Ni siquiera en Jot Down nos atrevemos a escribir algo tan largo. Así que nos conformaremos con detenernos en un relato que resume las principales características del libro. Se trata del cuento 32, en boca de Pampinea.
El rey Agilulfo vive feliz en Pavía sin saber que uno de los palafreneros está enamorado de la reina Teudelinga. El palafrenero piensa que eso de la fidelidad está muy bien para los demás; y que si la reina quiere serlo, por él no hay problema siempre que él también pueda conseguir lo que pretende. Así que el buen mozo aprovecha que los reyes duermen en habitaciones separadas para colarse por la noche en la de ella, que, debido a la oscuridad y al silencio del palafrenero, piensa que es su marido y pasa su buen rato con él. Poco después, cuando el supuesto marido ya se ha marchado, al auténtico rey le apetece darse un revolcón con su esposa. Al llegar a la habitación y comenzar a hacerle arrumacos, la reina, juguetona, le pregunta el motivo de tanto fervor. Que si lo de antes le ha sabido a poco.
ILUS
Gerbino and the Saracens y Madam Oretta and the knight who told a story, dos ilustraciones del Decamerón de Thomas Derrick. Imagen:Sue Clark (DP).
Llegados a este punto, los contemporáneos de Bocaccio habrían asesinado sin piedad a la adúltera y al vil palafrenero. Garcilaso hubiera compuesto una dolorosísima égloga en la que el rey, años después, seguiría lamentando su dolor. En manos de Shakespeare, el rey decidiría desterrarse tras un extenso monólogo en el que examinaría profundamente el comportamiento del alma humana. Calderón también le daría al monólogo, aunque lo llenaría de antítesis y paralelismos complejos antes de enviar a la reina al convento o, en última instancia, rebanarle el cuello con dolorosísimo pesar. Cualquier autor ilustrado aprovecharía la situación para valorar la necesidad de educar a los criados y así infundir en ellos el deseo de manifestar una actitud ejemplar. En un drama romántico vendría ahora una escena en la que, por este orden, el rey se habría tirado de los pelos, de los cabellos, exclamado «¡oh, ah!» una docena de veces, puesto los ojos en blanco, proferido juramentos espantosos en los que poder incluir aleatoriamente los términos horrorpavor y justo cielo, habría saltado por la ventana, caído encima del criado matándolo por accidente y salido de escena tras soltar una carcajada diabólica con los ojos otra vez en blanco. Galdós habría situado la escena en Madrid y se escucharían a lo lejos los buhoneros del Rastro. La Pardo Bazán argumentaría que nada de esto habría pasado si la mujer tuviera permitido socialmente iniciar ella el acercamiento sexual. Chéjov susurraría algo sobre la lentitud con la que cae la lluvia esta tarde mientras se calienta el samovar, Unamuno haría que el rey se replanteara la existencia de un dios tan inmisericorde, Lorca lo llenaría todo de lunas verdes con hormigas y Juan Ramón Jiménez hablaría de lo maravilloso que es ser Juan Ramón Jiménez.
Pero Bocaccio no hace nada de esto. El rey Agilulfo es el más humano, el más cabal y, paradójicamente, el que más nos hace sonreír por lo inesperado de su reacción. Tan solo Cervantesadmirador del florentino, habría podido escribir un final tan redondo. Final que, por supuesto, no vamos a desvelar ya que pueden leer el relato completo aquí y así solo les quedarán noventa y nueve cuentos para terminar esta joya de la literatura universal.
Ayuda para vagos y maleantes: Si, a pesar de todo, la idea de leer cien cuentos escritos en el siglo XIV se hace un poco cuesta arriba, existen varias opciones para acercarse a este clásico: el Decamerón ha sido llevado al cine varias veces, aunque nunca de forma completa. Dado el alto componente erótico de muchos de los cuentos, casi todas las adaptaciones cinematográficas son de la época del destape. La mejor de todas es sin duda la dirigida por Pasolini en 1971. Al igual que Bocaccio crea un marco para unificar los cien cuentos, el director italiano lleva a la pantalla nueve cuentos engarzados gracias a una pequeña trama en la que un alumno de Giotto, interpretado por el propio Pasolini, pinta un fresco en el que incluye a personajes de diversos cuentos. El lirismo de algunas escenas se mezcla con el marcado erotismo de otras, difuminando un tanto la delicadeza característica de Bocaccio. Porque, a pesar de ser un libro de jóvenes en celo, no hay que entrar en el Decamerón con la idea de que vamos a encontrarnos cien cuentos picantes. Es mucho más que eso, igual que los clásicos son mucho más que libros antiguos que hablan raro: ¿por qué no pensar en ellos como en un locus amoenus donde disfrutar de todo tipo de historias mientras esperamos a que la peste pase de largo?

martes, 7 de octubre de 2014

GOETHE. "Werther" (texto completo)

Wilhelm von Kaulbach. "Werther y Charlotte"

   Aquí puedes leer Werther.

lunes, 6 de octubre de 2014

SHAKESPEARE. 'Romeo y Julieta" (texto completo)

Frederick Leighton: "Reconciliación de los Capuleto y los Montesco sobre los cadáveres de Romeo y Julieta" (1850)

   Aquí tienes el texto completo de Romeo y Julieta

lunes, 22 de septiembre de 2014

BOCCACCIO Y EL "Decamerón". Proemio y Jornada séptima


   Empezamos con Boccaccio y el Decamerón. Como sabéis, tenemos que centrarnos en el estudio de la Jornada séptima (que, al igual que las demás, tiene diez relatos). Lo primero que tenéis que hacer es leéroslos, pues habrá una comprobación de lectura muy pronto.
   Podéis encontrar todos los cuentos en el siguiente enlace:
JORNADA SÉPTIMA

   De todas formas, aquí encontraréis el Proemio y los relatos dos y cinco de la Jornada séptima, que veremos en clase:

sábado, 13 de septiembre de 2014

PRENSA. Sobre el "Decamerón". Gustavo Martín Garzo

   En "El País":

El cuarto de los niños

El Decamerón de Boccacio, prohibido por la Iglesia pero que consiguió un inmediato e inmenso éxito popular, logra escapar de las dos cárceles que amenazan a la libertad: el puritanismo y el pesimismo

Corre el año de 1348 y una terrible epidemia de peste asola la ciudad de Florencia. Los muertos son tan numerosos que apenas da tiempo a enterrarlos. Se abren fosas comunes, se aprovechan los ataúdes para meter varios cuerpos a la vez, las ceremonias religiosas se multiplican inútilmente y el horror invade las calles y la vida cotidiana de la gente. Florencia pierde la mitad de su población y la sospecha de que la epidemia es un castigo de Dios por la iniquidad de los hombres, vuelve aún más lúgubre la atmósfera de desolación que rodea a los que sobreviven.
Pasan los meses y, paradójicamente, los efectos de la peste resultan vivificadores para el conjunto de la ciudad. La iglesia pierde parte de su prestigio y la disminución de la población y la ruina de los familias importantes crea nuevas oportunidades a la clase baja. La demanda de todo tipo de servicios contribuye al crecimiento de banqueros, mercaderes y artesanos hábiles, por lo que en poco tiempo la ciudad se transforma en un hervidero de vida. Esta es la Florencia en que vive Boccaccio cuando escribe El Decamerón. Han pasado dos años desde el final de la peste y todo anuncia el surgimiento de una nueva concepción de la vida, que rechaza la primacía de lo religioso. El tema central de El Decamerón será lo humano. No lo humano idealizado, reflejo de un orden superior, sino el ser humano real, con sus virtudes y defectos. Y, por encima de todo, el hombre animado por el deseo.
Pero vayamos al comienzo del libro. Tras la descripción de la peste, Boccaccio nos cuenta como un grupo de jóvenes damas coincide en una iglesia. Son siete, y deciden dirigirse a alguna de sus posesiones campestres a fin de huir del horror que las rodea. Tres apuestos varones se ofrecen a acompañarlas, y juntos abandonan la ciudad maldita para refugiarse en una villa de las afueras. Se preguntan entonces qué harán con su tiempo, y deciden contarse historias. Llegan a un acuerdo, cada día uno de ellos será el rey o la reina de los otros y les encargará el tema sobre el que deben versar sus relatos.
El cuento de nunca acabar, así llamó Carmen Martín Gaite al cuento de la vida. Pero si lo que importa es esa rueda de los cuentos, ¿por qué Boccaccio elige el marco tenebroso de una peste para ponerla en marcha? Algo así sucede en Las Mil y una Noches donde Sherezade cuenta sus historias en la alcoba del ogro. “La muerte es la mayor aventura”, exclama Peter Pan en la novela de J. M. Barrie. Orfeo desciende al submundo para recuperar a su amada Eurídice, y a cambio tiene que renunciar a mirarla y a hablar con ella. Conocemos el relato de Orfeo, pero ¿cómo habría sido el de Eurídice? ¿Como hablarían los muertos de lo que encuentran si pudieran regresar al mundo? ¿Cómo hablarían de todo aquello que ya nunca podrá ser suyo: los lechos de sus amantes, la compañía de los animales, el amor de los niños? ¿Qué importancia tendrían para ellos los pequeños o grandes dramas de la vida si a cambio pudieran participar en ellos? “Jamás renunciaría a la locura de este mundo, —escribe Faulkner— a pesar de su infinita tristeza”. Es lo que hacen todos los grandes narradores: mirar el mundo con los ojos de los muertos.
No hay separación entre el hombre y el mundo natural, nos dice este bello cuento
Chesterton escribió que las dos cárceles que amenazan la libertad de los hombres son la cárcel del puritanismo y la cárcel del pesimismo, y El Decamerón logra escapar de las dos y, como el cuarto de los niños, “guarda goces que el puritano no puede prohibir ni el pesimista negar”. El mundo del relato sustituye al paraíso y nos lo recuerda. Hay al final de Otelo un momento extraordinario. Desdémona consciente de que no logrará convencer a Otelo de su inocencia le pide que al menos la regale esa noche. “Por favor, le dice, mátame mañana”. Ese tiempo robado a la muerte es el tiempo del relato. Tendrás una nueva historia, le dice Sherezade al sultán, si me concedes un día más. Ese tiempo se confunde con el que nuestras bellas damas y sus dispuestos caballeros tratan de ganar con sus historias. Estamos en el mundo de Sherezade, donde contar es pedir a la vida un día más. Contar para seguir en el mundo contemplando su locura y su belleza.
El libro de Boccaccio fue prohibido por la iglesia, pero conoció un inmediato e inmenso éxito popular. Uno de sus cuentos más encantadores narra la historia del encuentro de dos amantes muy jóvenes. Se han enamorado y ella, que no sabe cómo librarse de la vigilancia de sus padres, finge pasar mucho calor en su alcoba durante las noches y logra que le dejen dormir en la terraza, donde el aire es más fresco y donde podrá disfrutar del canto del ruiseñor. Será allí donde se reúna con su enamorado. Mas una noche, tras el repetido goce, la parejita se queda dormida y el padre de ella les descubre al amanecer en el lecho. Ambos están desnudos y ella tiene en su mano el sexo de su amigo. El hombre corre a buscar a su esposa y le dice que se levante de prisa y que vaya a ver cómo su hija ha cogido y tiene en su mano el ruiseñor que tanto le gustaba. Los dos deciden hacer la vista gorda y limitarse a casarles. El sexo en esta historia es visto como un deseo natural que no cabe aplazar, y a cuya gozosa ley hay que rendirse. Devuelve a la naturaleza a los jóvenes amantes, les pone en contacto con las otras criaturas del mundo, transforma la terraza en que duermen en ese “cuarto de los niños” al que se refiere Chesterton.
El tema central del libro es el ser humano real, con sus virtudes y defectos
El Decamerón está compuesto por cien relatos. Sus argumentos no son por lo general invención de Boccaccio; de hecho, se basan en fuentes italianas más antiguas o, en ocasiones, en fuentes francesas o latinas. En realidad, casi todos los relatos giran sobre deseo el sexual y sobre cómo arreglárselas para satisfacerle. No hay en ello atisbo de culpa, pues hombres y mujeres no hacen sino servir a la naturaleza, que es quien pone en ellos los deseos que deben satisfacer, por lo que el mal nunca está en el sexo en sí sino en quienes lo pervierten con sus prejuicios, su hipocresía o sus intereses. Todo esto queda claro en la historia más bella del libro: la historia de la desdichada Lisabetta. Sus hermanos matan a su joven amante, pero este le revela en un sueño donde está su cuerpo y ella, tras desenterrarlo, toma su cabeza y la esconde en un tiesto de albahaca que cuida en su cuarto. La albahaca florece llena de hermosura gracias a las lágrimas de la infeliz amante, lo que hace sospechar a los hermanos que, al descubrir su secreto, harán desaparecer la cabeza para evitar que pueda descubrirse su crimen, lo que termina causando la muerte a la pobre muchacha.
No hay separación entre el hombre y el mundo natural, nos dice este bello cuento. El cuerpo amado vuelve a la tierra de donde regresa transformado en una albahaca. Estamos en el reino de las metamorfosis, cantado por Ovidio, donde los cuerpos se transforman en árboles, ríos o constelaciones, siguiendo la leyes eternas de las correspondencias. Y no importa lo triste que sea el final del cuento, lo que quedará en nuestra memoria es la imagen de esa albahaca floreciendo en el balcón de la muchacha. Nada puede agotar el mundo del deseo y el de la belleza. Una albahaca nos dice que el amor es fuerte como la muerte; y el canto de un ruiseñor, que no se puede causar daño o perjuicio a las cosas hermosas del mundo. Cosas así podemos leer en este libro admirable.
Gustavo Martín Garzo es escritor.

martes, 1 de julio de 2014

PRENSA. Sobre Patricia Highsmith. "La reina del escalofrío"

   En "elmundo.es":

La reina del escalofrío



  • Perturbadora, inquietante, enigmática... así es la literatura de la tejana, fallecida en Suiza en 1995. Anagrama reedita ahora todas sus novelas, incluidas las de su gran creación: Ripley.








Tom Ripley nació en Positano. Desde uno de los balcones del Albergo Miramare que cuelgan sobre el Mediterráneo -a la derecha, el golfo de Nápoles; a la izquierda, la carretera que termina de recorrer la costa Amalfitana hasta desembocar en los tres templos griegos del conjunto de Paestum-, Patricia Highsmith vio caminar por la playa a un joven vestido con pantalones cortos y sandalias que parecía un desarraigado en ese entorno idílico. Así nació Tom Ripley, o la primera célula del sociópata de ficción más icónico de la literatura.
Escribir sobre cualquier autor que ha dejado huella en la historia de la literatura significa ponerse en la piel de un cirujano dispuesto a reconstruir vértebra a vértebra una columna vertebral de la que se ramifican los nervios que construyen la personalidad del paciente. En el caso de Patricia Highsmith nos encontramos ante una columna vertebral con escoliosis, en la que cualquier bisturí poco afinado podría enredarse en una ramificación de nervios extremadamente compleja.
En 'The Talented Miss Highsmith', publicada en España por Circe bajo el título 'Patricia Highsmith' y que es hasta la fecha la mejor biografía dedicada a la autora, Joan Shenckar hace una descripción que sirve como punto de partida. ·Lo que era Patricia Highsmith -aparte de una artista marginal con un talento excepcional- es algo parecido al negativo de una vieja fotografía, con todas las partes negras en blanco, y todas las blancas en negro·. Un negativo en el que no cabían los rateros, los fascistas, los creyentes o un simple aparato de televisión, y en el que sí merecían unos miligramos de nitrato de plata las navajas suizas, la obra de Kafka o, por supuesto, la soledad, según escribió la escritora en una lista de 20 cosas que gustan y que no gustan encargada por Diogenes Verlag.
"Lo único que hace que una se sienta viva y feliz es intentar conseguir algo que no puede alcanzar", declaró a la revista 'Cahiers du Cinema' en 1985. Patricia Highsmith siempre se encontró a gusto en la piel de un encantador amoral con alma de asesino como Tom Ripley. Y es en ese reflejo, el mismo yo sin ataduras morales por obra y gracia de una ficción sin ceñimientos, donde se halla la dificultad de abordar la personalidad de una autora que lo que menos fue en vida fue una persona grata con el resto de los seres humanos. Patty, como la llamaban sus seres más próximos, prefirió los gatos a las personas, y durante una época de su vida se decantó por la compañía de unos caracoles a los que gustaba contemplar mientras se apareaban babeantes.
¡Claro que Patty amó a muchas mujeres! En su lista de amores están Virginia Kent, la millonaria alcohólica; Kathleen Senn, en la que se basó para construir el personaje de Carol; Ellen Hill, su compañera de viajes por México, Italia y Francia; Marion Aboudaram, su joven amante de noches de borrachera; o Tabea Blumenschein, actriz alemana de películas lésbicas de estética punk. Amores confesados y amores perdidos por su incapacidad de querer. Amar es otra cosa. "Mi imaginación funciona mucho mejor cuando no tengo que hablar con la gente", escribió. Y ante una misoginia latente debidamente escenificada en su libro 'Pequeños cuentos misóginos', Patty prefirió la compañía de seres primarios como los gatos, sin una doble moral, a unos iguales que la obligaban a comprometerse más allá de lo que tarda en evaporarse el alcohol de un vaso de whisky.
Mary Patricia Plangman, su nombre verdadero, nació en Fort Worth (Texas) el 19 de enero de 1921, semanas después de que sus padres se divorciaran. Criada por su abuela Willi Mae, Patty nunca sintió el afecto de una madre que le confesó que había intentado malograr su nacimiento bebiendo aguarrás. Casada en segundas nupcias con Stanley Highsmith, Mary Coates sacó a su hija de su apacible vida en Texas y se la llevó a vivir a Nueva York, con idas y venidas constantes a Fort Worth, su pueblo natal. Ante una realidad compleja, una relación de amor-odio con su progenitora y su padrastro que jamás llegó a superar en su psicología, la joven Highsmith encontró en los libros el universo en el que ocultarse de la sociedad. De sus primeras lecturas siempre quiso recordar el libro de Karl Menninger 'La mente humana', las novelas de Sherlock Holmes y los cuentos de Edgar Allan Poe.
El virus de lo oscuro empezaba a expandirse por sus órganos más proclives a caer en brazos del sentimentalismo. Una pasión por la lectura que pronto quiso trasladar a la escritura. Sus primeros textos serían temáticamente el germen de los escritos por los que, años más tarde, sería bautizada por Graham Greene como "la poeta de la aprensión". El pesimismo, la ilusoria felicidad, el otro yo calculador, cruel y amoral de un ser humano obligado a vivir mostrando una sola cara de la verdad, formarían parte de sus oraciones diarias.
Tras estudiar Filología inglesa, Zoología, dramaturgia, latín y griego en el Barnard College, Highsmith empezó a trabajar como guionista de cómics para algunas empresas, entre ellas Timely, la futura Marvel. Un hecho curioso es que en esa época le fuera concertado un encuentro amoroso con Stan Lee que, por supuesto, no llegó a buen puerto. Como escribe Joan Schenkar, "dejaron escapar la gran oportunidad de que el antihéroe Tom Ripley saliera con el héroe Spiderman". A pesar de su dedicación profesional a los guiones, Highsmith siguió escribiendo relatos e hilvanando ideas que acabarían convirtiéndose con el paso del tiempo en las novelas que le dieron popularidad.
El 23 de junio de 1947 empezó a escribir 'Extraños en un tren'. La novela se publicaría en 1950, y su conversión al celuloide de la mano de Alfred Hitchcock le dio la fuerza para afrontar en 1951 una de sus novelas más reivindicativas, 'El precio de la sal', una historia que mostraba sin tabúes un amor homosexual. A pesar de la prohibición de su editora, Highsmith decidió seguir adelante con la publicación del libro bajo el pseudónimo Claire Morgan. Vendió un millón de copias, y su determinación se vio recompensada con la reedición de la obra en 1991 con su título original, 'Carol', y el nombre de Patricia Highsmith en la portada. Con estas dos novelas empezaría un exitoso camino literario que la convertiría en una 'outsider' a pesar del éxito.
Patricia Highsmith murió en el hospital de Locarno en 1995 consumida por el cáncer y el alcohol. Que muriera en una localidad suiza no es por accidente. Pocos llegan a ser profetas en su propia tierra, y la buena de Pat no lo fue. La crueldad de sus novelas y el pesimismo con el que mostraba un 'american way of life' a menudo pintado de un color áureo por los White Anglo-Saxon Protestant, sus personajes como antítesis de lo moralmente correcto en una nación que se presentaba como el paradigma de la libertad mientras lanzaba bombas de napalm sobre territorios sospechosos, y sobre todo, unas ideas políticas cercanas al comunismo frontalmente contrarias a los tentáculos del McCarthysmo, a lo que se sumaba una vida sexual opuesta a las doctrinas del protestantismo, fueron elementos demasiado consistentes para que sus novelas y relatos no tuvieran una fría acogida. Como a tantos escritores 'outsiders' y talentosos, Francia le abrió las puertas tras ganar con 'El Talento de Mr. Ripley' el Gran Premio de Literatura Policíaca. No hay como vivir en Europa para saborear el aroma de un Gauloises, sus cigarrillos favoritos, mientras esperas a que algún día el Ministerio de Cultura de Francia te galardone con de la Orden de las Artes y las Letras de manos de un ministro con el porte intelectual de Jacques Lang.
Highsmith nos abandonó hace 20 años y ha vagado, como tantos autores fallecidos, por el purgatorio a la espera del juicio final. Una espera que le ha permitido, de vez en cuando, volver a la tierra disfrazada de ángel caído. Durante su juicio, se la ha criticado por su estilo economicista y por la fragilidad de las tramas de algunas de sus novelas. Pero por encima de lo criticable por parte de unos pocos profesionales en desmitificaciones, predomina su poder como novelista para convertir el mal en un juego psicológico protagonizado por unos personajes -marginales, marginados y marginadores- ambiguos hasta lo obsceno, turbios como la cerveza acabada de tirar, antihéroes de un mundo cuya única vía de escape es una escalera por la que trepar siguiendo el rastro del dinero. Los que quieran convencerse de que la especie más despreciable de este mundo es la humana, están de enhorabuena. A dos décadas de su muerte, los valores literarios de Pat vuelven a estar en alza.
Dos películas, una recién estrenada basada en su obra 'Las dos caras de enero', y otra en fase de producción dirigida por Todd Haynes basada en la novela 'Carol', son la prueba forense de que la obra de Highsmith está en proceso de beatificación. Y ante la perspectiva de un nuevo resurgir de una escritora que tuvo en vida la lealtad de millones de lectores y el desprecio de muchos por un carácter tormentoso a la altura de otro gran talento alcohólico y genial,Charles Bukowski, la editorial Anagrama prepara el lanzamiento de la obra completa de "la poeta de la aprensión". 'Extraños en un tren' (1949), 'Carol' (1952), 'El cuchillo' (1954), 'El talento de Ripley' (1955), 'Mar de fondo' (1957), 'Un juego para los vivos' (1958), 'Ese dulce mal' (1960), 'El grito de la lechuza' (1962), 'Las dos caras de enero' (1964), 'La celda de cristal' (1964), 'Crímenes imaginarios' (1965), 'Cómo se escribe una novela de intriga' (1966), 'El juego del escondite' (1967), 'El temblor de la falsificación' (1969), 'Once' (1970), 'La máscara de Ripley' (1970), 'Rescate por un perro' (1972), 'El juego de Ripley' (1974), 'Pequeños cuentos misóginos' (1974), 'Crímenes bestiales' (1975), 'El diario de Edith' (1977), 'A merced del viento' (1979), 'Tras los pasos de Ripley' (1980), 'La casa negra' (1981), 'Gente que llama a la puerta' (1983), 'Sirenas en el campo de golf' (1985), 'El hechizo de Elsie' (1986), 'Catástrofes' (1987), 'Small g, un idilio de verano' (1995), 'Los cadáveres exquisitos' (1995). La lista es extensa. Libros de relatos, novelas, ensayos... A los lectores se le vuelve a brindar la posibilidad de adentrarse en el mundo de una autora adicta a un pesimismo que desemboca en una perversión nada confortable.
"Patricia Highsmith ha creado un mundo original, cerrado, irracional, opresivo, donde no penetramos sino con un sentimiento personal de peligro y casi a pesar nuestro, pues tenemos enfrente un placer mezclado con escalofrío". Palabras de un maestro como Graham Greene.