domingo, 23 de enero de 2011

PRENSA. NARRATIVA. "Las huellas del esquivo Salinger", por Daniel Verdú

Salinger

   En "El País Semanal":
Las huellas del esquivo Salinger

DANIEL VERDÚ 23/01/2011

Inquietante. Huraño. Escurridizo. Un escritor genial. El éxito inesperado llevó a J. D. Salinger a emprender una permanente huida hasta el final de sus días. Una biografía explora un año después de su muerte el rastro de su borrosa y mística existencia.

   Cuando el 7 de mayo de 1951 subió a bordo del Queen Elizabeth, J. D. Salinger comenzó una huida hacia sí mismo que no haría más que aumentar hasta el día de su muerte. Aquella mañana partió hacia Inglaterra para resguardarse durante unas semanas del escrutinio público que sufriría en Nueva York con la aparición de El guardián entre el centeno, su primera novela. Como si supiera que llegaría a vender 60 millones de ejemplares de su obra de juventud. Ese gesto definió para siempre la inquietante personalidad del genial autor, marcado profundamente por sus años de combate en la II Guerra Mundial y autodescifrado al detalle en cada una de sus contadas obras. Especialmente en la que Holden Caulfield emprendía un viaje de tres días hacia la edad adulta por las calles de Nueva York y que le convirtió en profeta de millones de lectores pero, sobre todo, en el de sus propias peripecias. Justo un año después de su muerte, Kenneth Slawenski publica en España una biografía (Galaxia Gutenberg) que explora las huellas del camino entre la borrosa y recluida existencia de Salinger y los personajes que creó.
   El primer párrafo de El guardián… ya era un aviso. "Si realmente les interesa lo que voy a contarles, probablemente lo primero que querrán saber es dónde nací y lo asquerosa que fue mi infancia y qué hacían mis padres antes de tenerme a mí y todas esas gilipolleces […]. Pero si quieren saber la verdad, no tengo ganas de hablar de eso. Primero, porque me aburre, y segundo, porque a mis padres les darían dos ataques por cabeza si les dijera algo personal acerca de ellos". Esta declaración vio la luz en 1951, pero Jerome David Salinger, o Sonny, o Jerry, dependiendo de cuando tratase de acomodarse en el incómodo traje de su biografía, hacía algún tiempo que peleaba a muerte con la contradicción de buscar un sitio al que pertenecer y la demoledora certeza de que no existiera fuera de su obra.
   Y como él anunciaba, quizá no sea ese tipo de datos autobiográficos lo que más interese. Qué demonios importa ya si tuvo una hermana, si nació en Nueva York en 1919, que se casara tres veces o que un día fuera animador en un crucero. Qué más dará ya si nunca estudió mecanografía o si pasó por una academia militar donde compuso la canción que todavía cantan los cadetes cuando se gradúan. El asunto es por qué decidió un día esconderse y sumergirse en un desprecio absoluto hacia un mundo que le adoraba.
   La historia de Salinger es un relato de frustración ininterrumpida. Su primer noviazgo, el que mantuvo con Oona O'Neill, hija del dramaturgo Eugene O'Neill, sirvió para componer el germen melancólico de El guardián… a través del relato corto Slight rebellion off Madison (el primero de los nueve sobre la familia Caulfield y que tras cinco años de obsesión y ninguneos publicó The New Yorker). Narraba la cita con la frívola y atractiva Sally Hayes (vivo retrato de Oona), con la que consumía una tarde sobre la pista de hielo de Radio City, borracho y enumerando lo que más odiaba. Salinger, como su protagonista, nunca estuvo enamorado de aquella chica, pero la decepción pública al enterarse todos de que le dejaba por el legendario Charles Chaplin le cambió el humor.
   Para Slawenski, lo que marca definitivamente la enfermiza zozobra que padeció fue su paso por la II Guerra Mundial enrolado en el 12º Regimiento de Infantería. Fue agente de contraespionaje y sargento del Estado Mayor, experiencia que incluyó el desembarco en Normandía y la entrada en el campo de concentración de Dachau: "Puedes vivir una vida entera", se lamentaba Salinger, "sin librarte del olor a la carne quemada". Pero mientras contemplaba las llamas del horror, en su zurrón militar se agitaban ya niñas con vestidos azul celeste, tiovivos o patos que se esfuman a ningún lado cuando se hielan los lagos de Central Park. Los primeros trazos de "la gran novela americana" que un día anunció que escribiría.
   Cuando volvió, como muchos, no quiso hablar una palabra sobre lo sucedido. Pero en el enigmático final de El guardián… cabe la interpretación de ese silencio: "No cuenten nunca nada a nadie. Si lo hacen, empezarán a echar de menos a todo el mundo". Una manera de extender la dedicatoria a su madre a todos los soldados muertos. El hermano pequeño fallecido de Caulfield en la novela, ese que encarna el paraíso de pureza infantil que Holden lucha equivocadamente por "agarrar", se llama Allie en honor a los hombres del bando aliado.
   A su vuelta (durante la guerra se casó con Sylvia Welter, una alemana con la que viviría solamente ocho meses de felicidad) afloró su mal carácter. Salinger se peleó con su mentor Whit Burnett, quien había publicado The Young Folks, su primer relato; se enemistó con medio gremio editorial, exigió que su foto no apareciera en la contracubierta de sus libros y acabó enfadado con sus mejores amigos (como su editor inglés James Hamilton). Al publicarse la novela, se pasó las horas deseando que desapareciese de las listas de los más vendidos.
   Cumpliendo el sueño de Holden, compró 36 hectáreas en Cornish (New Hampshire) y limpió el bosque para tener más horas de sol. Pasó ahí el resto de su vida, primero relacionándose intermitentemente con los estudiantes de la zona y luego, traicionado por una joven que publicó una entrevista que iba a ser solo un trabajo escolar, encerrado con Claire, su nueva esposa y los dos hijos que tendría con ella. Holden había vuelto a profetizar sobre la vida de su creador: "No hay forma de dar con un sitio bonito y tranquilo porque no existe. Puedes creer que existe, pero una vez que llegas ahí, cuando no estás mirando, alguien se cuela y escribe 'que te jodan' delante de tus narices". Pero ya nunca se movió de ahí más que para sus escapadas a las oficinas de The New Yorker.
   Ni siquiera Jackie Kennedy, que llamó una tarde a casa de los Salinger para invitarles a cenar a la Casa Blanca, logró sacarle de su refugio. Pese a la ilusión de su mujer y lo que significaba despreciar la invitación, él se negó. Aquel evento hubiera sido una celebración del ego que no permitía la doctrina budista zen que abrazaba con devoción. Compaginar la producción de arte y los beneficios que acarreaba ya era imposible, aunque fueran meros aplausos.
   Salinger decidió que el arte y la espiritualidad van unidos. Vivió obsesionado con El evangelio según Sri Ramakrishna, aprendió el Vedanta y la meditación. Los relatos que escribió luego, los de la familia Glass, estuvieron empapados de un misticismo que muchos asociaron a una enajenación. Nunca más desde Nueve cuentos hizo ninguna publicidad, nota biográfica o fotografía del autor. En el texto que incluyó en la publicación de Franny y Zooey decía: "Mi opinión, un tanto subversiva, es que los sentimientos de anonimato y oscuridad del escritor son la segunda propiedad más valiosa que tiene a su cargo durante sus años de trabajo". A las dos únicas personas que respetaba eran el director de The New Yorker, William Shawn, y el juez del Tribunal Supremo y vecino, Learned Hand. Como Holden con sus dos hermanos, así de limitado tenía que ser el club que distinguía a los iluminados de los ignorantes.
   Los años siguientes los pasó escribiendo en el búnker que construyó en el jardín de su casa y en 1965 publicó su último texto: Hapworth 16, 1924. Durante años se negó a que Spielberg, Elia Kazan o Billy Wilder llevasen El guardián al cine; su respuesta era: "Lo siento, a Holden no le gustaría". Y a causa de ese sentido de propiedad que albergó sobre sus personajes, se enzarzó en largos procesos legales que sentaron jurisprudencia sobre derechos de autor en EE UU, pero en los que fue consumiendo sus nervios. Las amenazas que recibió de desequilibrados y la interpretación que algunos tarados hicieron de su obra terminaron de alejarle del mundo. El 8 de diciembre de 1980, Mark David Chapman disparó a quemarropa cinco balas de punta hueca contra John Lennon. Después se sentó en el bordillo de la acera y se puso a leer El guardián entre el centeno. El asesino había seguido todos los pasos de Holden Caulfield. Incluso le había preguntado a un policía adónde iban los patos en invierno.
   Pero si hay una cosa en su obra que choca frontalmente con su biografía, es una de las afirmaciones de Holden en El guardián: "Los libros que de verdad me vuelven loco son esos que cuando acabas de leerlos piensas que ojalá el autor fuera amigo tuyo y pudieras llamarle por teléfono cuando quisieras". Nada más lejos de lo que él permitió al mundo.

   'J. D. Salinger. Una vida oculta', de Kenneth Slawenski, está publicado por Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores.

viernes, 14 de enero de 2011

POESÍA. BAUDELAIRE. "Las flores del mal" (fragmentos jurídicos en contra y a favor del libro)

Charles Baudelaire
  
   En 1857, Baudelaire fue llevado a jucio por Las flores del mal. A continuación leemos un fragmento de uno de los "considerandos":

   Considerando que la intención del poeta, en el fin que ha perseguido y en el camino que ha seguido, pese a sus esfuerzos estilísticos y a las condenas que preceden o siguen sus descripciones, no elimina el efecto nefasto de los cuadros que ofrece al lector, efecto que, en los poemas denunciados, tiende a excitar los sentidos mediante un realismo grosero y ofensivo para el pudor...

"Un siglo después, el Tribunal Supremo revisó el proceso y argumentó":

   Baudelaire quería escribir las miserias de la vida humana, sin ningún convencionalismo de estilo. Con la lengua sonora y rítmica hizo manifiesta su maestría y, sin velos ni disfraces, trató de comunicar su mensaje con todas las taras, todos los vicios, todo el horror, y también todas las bellezas. Y para conseguirlo, no se arredra ante las palabras. Si determinados poemas de Baudelaire tienen carácter erótico, supo evitar las palabras vulgares y malsonantes; no tenemos los nervios tan a flor de piel como nuestros antepasados. Incluso hemos podido digerir las proezas del amante jardinero de Lady Chatterley. Conviene por tanto borrar una condena...

   Fragmentos de la edición de Las flores del mal de la editorial Cátedra. Letras Universales.

jueves, 13 de enero de 2011

POESÍA. CHARLES BAUDELAIRE. Teoría

Charles Baudelaire
1. El spleen o 'el tedio de vivir'
   El spleen es una angustiosa melancolía devastadora que paraliza la voluntad, asfixia el alma, embota los sentidos y ahoga los deseos de superarse, de crecer. No es la manifestación de tristeza por un motivo concreto sino más bien la enfermedad característica del ocioso sensible y lúcido, el 'tedio de vivir' del que habla Valéry, que se manifiesta en el individuo exento de una obligación laboral sometida a un horario por la necesidad de asegurarse la supervivencia; de ahí su carácter crónico, y el hecho de ser un sentimiento aristocrático; cuando todo se vuele insípido y toda distracción pierde su aliciente, cuando la disposición ante el único encanto verdadero de la vida, el juego, es la inerte indiferencia ante la posibilidad, eso es el spleen. Desde las profundidades de semejante sentimiento la alegría banal del hombre común, del vulgar de los mortales, resulta irritante y provoca una suerte de desprecio hacia esa felicidad trivial.
   Los nuevos bohemios parisienses de la metrópolis decimonónica sobreviven intoxicados por esa bilis negra causante de la depresión y la tristeza. Inmersos en esa masa urbana anónima y despersonalizada, bajo el peso del aburrimiento y para quienes la excesiva alegría es un símbolo de frívola vulgaridad, "son los antepasados, por línea directa, de los existencialistas franceses de la posguerra, y, en cuanto tales, ya sufren los efectos de la modernidad: el tedio, la náusea, la incomunicación, la soledad, el ser para la muerte, la existencia sin sentido, la ausencia de esperanzas, el absurdo y la angustia" . Ante este cuadro el horror cobra reveladora significación porque implica una sacudida que, como una descarga eléctrica, logra poner en movimiento inesperadamente al cuerpo y alma inmovilizados trillando la tristeza en destellos de angustia amainando el dolor.
   Sin embargo el spleen se manifiesta a los ojos de Baudelaire como una toma de conciencia de la condición humana porque en el estado emocional de dolor se agudiza la lucidez que le permite captar la imposibilidad de ser feliz: ser radicalmente insatisfecho, sin perspectivas, condenado a una decadencia progresiva que culminará con la muerte. Y este dolor es, además, creciente con el tiempo pues la belleza se marchita, la capacidad de esfuerzo disminuye, la inteligencia se obnubila y la lucidez decrece.
   Nada definitivo puede hacerse contra el carácter irreversible del tiempo, idea obsesionante para el poeta, al punto de esbozar la idea de que si existiera el paraíso éste no podría consistir sino en una vuelta hacia atrás en el tiempo, en un reencuentro con los seres queridos que han muerto, en un retorno a la inocencia de la infancia. El cielo es la vuelta al pasado, el rejuvenecimiento imposible.
   Ante esta coyuntura los medios que dispone el poeta para luchar contra la irreversibilidad del tiempo y en el intento de recuperar el paraíso del que nos arrojó su transcurrir, son por un lado el evocar los aromas impresos en la memoria, rememorar los perfumes de los cabellos, del cuerpo de la amada marcados a fuego en la fibra íntima de su ser, pero también de los objetos y lugares, intención que va mucho mas allá de un simple fetichismo de los olores.
   Y por otro lado el crear poesía, una suerte de brujería que permite eternizar lo que describe, que redime lo que toca al espiritualizarlo en el trabajo constante del autor de ajustar la realidad a las exigencias de la rima y la métrica. Y como nada debe quedar fuera del paraíso, la labor del poeta es ilimitada: la miseria, la muerte, el crimen, el horror, la marginalidad, en fin, la diversidad de aspectos que revelan la condición humana deben ser salvados de la vacuidad del tiempo en una labor que vivifica, vigoriza y rejuvenece.
   Sin embargo Baudelaire sabe que, pese a todo, la empresa está condenada al fracaso: "el Tiempo se come la vida y el oscuro Enemigo que nos roe el corazón crece y se fortalece con la sangre que perdemos": la poesía, como el resto de los paraísos artificiales, sólo logra sumir al sujeto en un estado de embriaguez en el que el transcurrir del tiempo resulta menos doloroso, más llevadero.
2.
   Baudelaire está considerado como uno de los más grandes poetas del siglo XIX, por la originalidad de su concepción y la perfección de la forma. Es sin duda el poeta de la modernidad francesa. Más que ningún otro de su tiempo, representa al poeta de la civilización urbana contemporánea.
   Con él la poesía empieza a liberarse de las ataduras tradicionales y despliega nuevos conceptos de creación poética, iniciando una fase diferente, que llega hasta nuestros días.
   La originalidad de Baudelaire le hace merecedor de un lugar al margen de las escuelas literarias dominantes en su época, ya que es él quien inicia el abandono de las formas poéticas hasta entonces predominantes. En particular, rompe la diferencia entre la poesía y la prosa con sus "Pequeños poemas en prosa", verdadera revolución en las formas líricas que ni siquiera Verlaine ni Rimbaud supieron valorar.
   Baudelaire reacciona contra el Romanticismo. Él no admite la inspiración, ni la imaginación, ni la improvisación. En este aspecto, como en otros, es un clasicista. La poesía es un ejercicio, un esfuerzo, un trabajo sistemático, equivalente al de un paciente artesano volcado permanentemente en pulir sus versos. Su obra es un esfuerzo por desembarazar la poesía de todo ornamento vano y una proyección para alcanzar el ideal de la pureza poética, prestando especial atención a la métrica y a los aspectos formales. Poseía un sentido clásico de la forma, una extraordinaria habilidad para encontrar la palabra perfecta y un gran talento musical.
   La obra de Baudelaire ha dejado un aporte positivo, paradigma de verdad poética, de selección estética, de culto de la expresión simbólica, y de rigurosa elaboración de la palabra en cuanto vehículo depurado de la expresión literaria, que equivale a superación de la dicción elocuente y retórica.
   El poeta parisino representa la reivindicación lírica de la palabra, una técnica depurada en la elaboración de las imágenes y el rigor estético de la composición que habría de tener una proyección futura incalculable.
   Un contenido de nueva creación y de angustiosa originalidad emergía de los poemas de Baudelaire, palpitantes de tragedia íntima y de nuevos acercamientos a la vida. El poeta pule un nuevo universo lírico, la sinestesia, una combinación de imágenes y sensaciones desajustadas de su normal producción en la naturaleza. La audición coloreada, la visualidad audible o multitud de otras combinaciones de sensaciones provenientes de todos los sentidos, se reunían, como diría el propio Baudelaire, en "una metamorfosis mística de todos mis sentidos fundidos en uno solo".
   Una nueva concepción de la palabra se inaugura entonces. Si para el lenguaje común la palabra sigue siendo expresión de la cosa o de la idea, en el poeta ese valor de significación se transforma en un valor sugerencial, gracias al juego de combinaciones que el arte hace posible con sonidos y sensaciones inesperadas que brotan de las palabras. Todo ello pudo ser vislumbrado por los grandes exponentes de la poesía anterior, pero sólo empieza a adquirir una sugestiva formulación y un culto intensivo a partir de Baudelaire. Por ello podría afirmarse que hemos llegado a la apertura de una nueva compuerta de realizaciones artísticas que significarán a la larga la transformación de la poesía. A partir de Baudelaire ya no se hablará más del poeta sino de la poesía misma. Es una estética dominada por el esencialismo, la concepción de un arte literario depurado de prosaísmos y estímulos de circunstancias extrañas a la función creadora.
   Su gusto por la sinestesia también proviene del misticismo, el ocultismo y el sincretismo. Las sensaciones nos revelan lo oculto. La unidad de la naturaleza se demuestra en que a cada olor le corresponde un sonido y un color. El soneto "Correspondencias" contiene toda la teoría sinestésica que, aunque inconscientemente practicada por los grandes exponentes de la poesía universal, van a desarrollar los parnasianos y simbolistas de la segunda mitad del XIX.
   No cabe duda de que Baudelaire escribió algunos de los poemas más sugestivos de la literatura francesa, hasta el punto de que algunos, como "Correspondencias", contenían un mensaje de estética renovadora que habrían de asimilar los poetas parnasianos y simbolistas. El famoso soneto de "Las vocales" de Arthur Rimbaud y las formulaciones estéticas y técnicas de Mallarmé, el promotor de toda la nueva poesía hasta nuestro tiempo, tomaron su raíz en la teoría de la imagen poética esbozada por Baudelaire.
3.
   Baudelaire abrió nuevos filones para la poesía. Descubrió materias hasta entonces vedadas en el arte, la ciudad, la bohemia y el hastío, temas hasta entonces ocultos, silenciados, lo que le valió la censura académica.
   Ese descubrimiento radicaba en que hasta entonces la poesía se había centrado en lo bello (sólo de lo bello podía brotar belleza) mientras él pretendió demostrar que también lo feo tenía relación con la estética.
   Si para los románticos la belleza era tomada de la naturaleza, para Baudelaire el arte supera a la naturaleza porque en él "queda transformada por la imaginación donde es corregida, embellecida, refundida". Mientras el romanticismo exaltaba la naturaleza salvaje, Baudelaire habla en ocasiones de elementos de la naturaleza sólo como imágenes y símbolos de otro tipo de realidades de tipo espiritual.
   Su auténtica fuente de inspiración es la ciudad, sus calles ("laberintos de piedra"), sus habitantes anónimos, sus miserias humanas, sus placeres y sus sueños. De la ciudad se interesa por las viviendas, por las habitaciones, los muebles, las cortinas y la decoración interior.
   Baudelaire retrata la vida y las cosas cotidianas de la ciudad de una manera cruda y descarnada. Vivir en la ciudad es como estar en el centro del mundo y ser invisible al mismo tiempo. París aparece como una ciudad abstracta: no describe lugares concretos, ni fechas, ni nombres de personas. Todo es anónimo, cualquiera es una viuda solitaria o, lo que es lo mismo, todos somos como viudas solitarias. La ciudad es el punto de encuentro entre la multitud y la soledad: "Quien no sabe poblar su soledad tampoco sabe estar solo en medio de una atareada multitud".
   De Poe toma Baudelaire el culto de la noche y, en definitiva, el gusto por lo decadente, por la estética enfermiza. El poeta parisino descubre en el desierto de la gran ciudad una belleza decrépita. Para él la ciudad es hospital, purgatorio, celda, infierno y prostíbulo; la gran ramera "donde todo lo atroz como una flor florece" ("Epílogo a Pequeños Poemas en Prosa"). La belleza es desgraciada y el mejor ejemplo de belleza viril es Satán. Las cortesanas y bandidos también proporcionan placer, aunque el profano ordinario no los sepa apreciar.
   El individuo de Baudelaire es un sujeto divido entre Satanás y Dios, atraído con idéntica fuerza por lo divino y lo diabólico, y de esta naturaleza derivan sus experiencias más sublimes y más sórdidas. En lugar de escindir las relaciones entre el amor y el mal, en él aparecían mezclados, lo que la moral burguesa no podía admitir.
   El hombre sólo es él mismo en el punto extremo de máxima tensión entre el bien y el mal. El poeta desgarrado por esa contradicción busca la unidad a través de la analogía. La naturaleza es un crucigrama que debemos descifrar, un jeroglífico a desvelar. La labor del artista no es diferente de la del traductor. Su sincretismo pone en primer plano las relaciones entre los objetos. El lenguaje poético debe ser capaz de enlazar ese "bosque de símbolos". Las percepciones pueden llevarnos a penetrar en lo oculto.
   Baudelaire sentía fascinación por el tema del pecado original y de la redención por el trabajo, el sacrificio y la oración, así como su horror hacia faltas como la apatía, la dejadez, la relajación de las costumbres.
   De Edgar Allan Poe toma el fatalismo, otro de los rasgos de la modernidad, y el sentido de irreversibilidad del destino. Pero no sólo por Poe: en realidad Baudelaire nació en una época marcada por el pensamiento determinista y positivista. El dandismo precisamente es una reacción ante ello, una búsqueda del dominio sobre sí mismo.
Baudelaire, por Courbet
4.
RAFAEL ARGULLOL:
 Pero ahí está muy claro el caso de Baudelaire. Las monjas que atendían la residencia u hospital donde murió Baudelaire fumigaron la habitación porque había muerto alguien verdaderamente vinculado con un lado maligno. Pero yo después de, cuando era muy joven, de tener una primera lectura de Baudelaire en la que me magnetizó mucho por su estética transgresora, con el tiempo he hecho una lectura de Baudelaire como un auténtico campeón de la bondad, como un campeón del bien. Si uno lee con atención las obras de Baudelaire se encontrará que en ellas hay una ética del bien disfrazada de ética del mal; una estética del bien disfrazada de flores del mal; y finalmente una metafísica del bien presentada como una gran ontología maligna. Pero es el caso contrario, y Baudelaire es la culminación de la fascinación romántica. Es la presentación de la máscara del mal por una especie de obsesión por la bondad, por conseguir el bien, pero un bien que va más allá de moralismos. No el bien sometido al juicio moral ajeno, sino el bien más allá de moralismos.
Fuente de este último texto: BLOG DE RAFAEL ARGULLOL