Por Tomás Barna
"El sueño revela la realidad.
Este es el horror de la vida, lo terrorífico del arte."
FRANZ KAFKA
Es indudable que durante la mayor parte de su existencia, KAFKA —uno de los escritores más desconcertantes y trascendentes del siglo XX— ha vivido en una peligrosa connivencia con el orbe del sueño. Por algo Jean-Paul Sartre llegó a decir que "Kafka nos muestra la vida del ser humano perpetuamente trastornada por una trascendencia imposible, y esto sucede porque él cree que existe dicha trascendencia. Su universo es, a la par, fantástico y rigurosamente verdadero."
Otro de los caracteres peculiares de Franz Kafka es la esencia poética de su prosa, a lo que se ha referido así Hermann Hesse: "Kafka no tiene nada que decirnos como teólogo o filósofo; él nos habla siempre en estado de poeta."
El propio Kafka llegó a escribir: "Todo lo que no es literatura me hastía". Y algo esencial: jamás dejó de buscar, con ahínco, la verdad."
El sueño revela la realidad": ésta es la tremenda y a la vez profunda verdad que él llegó a captar. Y lo llevó a dicho conocimiento la percepción sensorial del sueño y de la magnífica amplitud de la conciencia. Este logro lo obtuvo gracias a que era un hombre dotado de un poder espiritual que lo permitía entablar una íntima relación con su fuero interior. Kafka era un minucioso observador de su actividad mental. No le debía nada a estudios de psicoanálisis ni a textos de Freud.
Para Kafka, desde luego, la introspección no obedecía a un proceso reflexivo sino a la presión de su enfermizo sentimiento de culpa que lo iba hundiendo, palmo a palmo, en un abismo que podía conducirlo a la vorágine del delirio psicopático. La introspección fue un factor obsesivo, en él, que lo arrojó en una marisma de tortura en la cual se fue hundiendo lentamente mientras se ampliaba, así, la distancia que lo iría alejando del mundo tangible. En 1922 (apenas cumplidos sus 39 años) este alejamiento llegó a su punto crítico haciendo que Kafka se inquietara por su salud mental. El 16 de enero anota: "La semana pasada sufrí un estado de abatimiento, de depresión, como jamás me había sucedido. Imposibilidad de dormir, imposibilidad de pasar la noche en vela, imposibilidad de soportar la vida o —más exactamente— el transcurso de la vida. Dos péndulos no están de acuerdo, El péndulo interior se entrega a una persecución diabólica, inhumana; el péndulo exterior se mueve al ritmo vacilante de su marcha habitual. Lo que puede ocurrir es que esos dos mundos diferentes se separen, o hasta se tironeen entre sí de una manera espantosa. Hay muchos motivos para que se produzca ese ritmo desenfrenado de la vida interior; el más evidente es la introspección... que no le da descanso a ninguna idea, persigue cada idea y la hace subir a la superficie para luego ser echada, a su vez, por una nueva fase de la introspección desde el momento que ésta se ha convertido en idea."
Y en la misma fecha Kafka agrega: "La soledad, a la cual estuve, en gran medida, siempre atado —y en parte la busqué (¿pero sería otra cosa que una atadura?)—, esa soledad pierde ahora todo equívoco y va a alcanzar su punto extremo. ¿A dónde me conducirá? La hipótesis que se impone con más fuerza es que puede conducirme a la locura".
Esta crisis no desembocó en la locura, como temía Kafka, sino en la enfermedad: ese mismo año sintió los primeros síntomas de su tuberculosis. Estando consciente de su mal, le escribió a su amigo Max Brod: Mi cabeza le dio cita a mis pulmones detrás de mi espalda."
Kafka escribió, a través de sus obras, más que lo que concierne al mundo humano... los avatares de su mundo interior. Esa permanente experiencia surgida de sus conmociones internas fue la gestadora de sus escritos. Kafka llegó a comprender el mundo del sueño no por haberse sumergido en el universo psicoanalítico de Freud sino debido a su intuición, a su poder perceptivo, y todo ello enriquecido por su sufrimiento personal.
Parejas lascivas que copulan bajo la mirada atenta de la ley, la lucha con tiranos anónimos, los intríngulis de un proceso absurdo e interminable, burócratas tragicómicos y funcionarios corruptos, la transfiguración monstruosa de un hombre en una suerte de coleóptero: todo esto no era concebido como representación simbólica de la época de Kafka sino que eran elementos alegóricos estrechamente relacionados con su vida interior. Sus novelas y cuentos están recorridos por ráfagas satíricas que ponen de relieve los aspectos grotescos de la sociedad humana, y esto se debe a que el sueño —en sí— suele ser una caricatura de la vida, y es una auténtica alegoría. "LA METAMORFOSIS" es —a no dudarlo— uno de los relatos más estremecedores de horror y grotesco que se hayan escrito. Y Kafka ha logrado proyectar en nosotros, lectores, el pavor y la angustia del convertido en insecto —pero plenamente lúcido— debido a su escritura llana, directa, transparente, casi diría conversacional, transmutando así ese sueño espantoso en la más creíble realidad... a pesar de su palpitante apariencia de absurdo.
La riqueza de la obra literaria de Kafka nos confirma, también, que los símbolos denominados "universales" no son la materia esencial de la creación artística, puesto que —en sí mismos— son elementos estériles. Sólo cuando se hallan animados por una experiencia personal y adquieren la vibración que emana de los sentidos logrando crear atmósferas en las que se entremezclan la ambigüedad y la sugerencia... Ios símbolos pueden conmover y emocionar profundamente.
Refiriéndose al sueño, Kafka se autocalificó como "ciudadano de ese otro mundo". Él no era un visitante transitorio del orbe del sueño. no surgía de esas nebulosas con una carga de vagas reminiscencias ni asaetado por circunstanciales amnesias, Kafka era un residente vitalicio de ese universo fantasmal. Sus ojos emitían un fulgor secreto que trasmitía —así como sus narraciones— la visión nocturna enriquecida por las peripecias del sueño que en él resultaban palpables. Hasta los textos de sus propios sueños —que fue anotando en sus carnets— son asombrosos por la precisión de los detalles.
A Kafka se le hizo tangible que su intimidad con el mundo del sueño le podía hacer perder los lazos con lo que él llamaba "el otro mundo", lo que significaba un auténtico peligro. Su escritura resultó el nexo entre ambos mundos y fue lo que impidió que se perdiera en las tinieblas de la locura. Sus propios escritos nos transcriben las sensaciones que emanan de dicho peligro como asimismo la angustia provocada por los fracasos, la incomunicación entre los seres humanos y la torturante muerte lenta motivada por la acción erosiva del hastío y de la soledad.
El talento de Kafka lo llevó a no preocuparse por las dificultades relacionadas con la forma de entrar en el orbe del sueño. Para él nunca resultó un problema el lenguaje, la manera de expresar por escrito todo lo que le sacudía interiormente. Su prosa no se distorsionaba jamás, Había una lógica, una naturalidad, un razonamiento tan claro y veraz en los acontecimientos reales o imaginarios que nos presentaba... que tornaba hasta lo aparentemente más delirante y absurdo en una verdad irrefutable. Por esto es que Thomas Mann llegó a decir del estilo de la prosa de Kafka: "Su estilo es minucioso, curiosamente explícito, objetivo, neto y correcto."
Al tomar al sueño como modelo de sus propias narraciones, ¿qué hizo?: nada menos que crear, notablemente, las condiciones de las formas de representación de la experiencia de aquello que es casi incognoscible, es decir... del inconsciente. De tal modo, Kafka —uniendo los signos particulares de la estructura de sus sueños a la técnica narrativa que le es inherente— logra que sus relatos produzcan los efectos más maravillosos del propio sueño.
La calidad purísima de sueño que nos trasmite Kafka en la mayoría de sus cuentos y novelas —donde lo INFINITO y lo LABERÍNTICO juegan un papel protagónico (los ejemplos máximos son sus tres novelas: "El PROCESO y "EL CASTILLO" y "LA MURALLA CHINA)— se debe en gran parte a la eficacia de sus procedimientos narrativos que fusionan —y a la vez esfuman— el contacto sensorial del lector con la realidad... llevándolo al encuentro de formas primitivas del pensamiento. Kafka elimina las barreras que separan la realidad del sueño puesto que para él (hay que insistir en esto) el sueño es una faceta de la realidad. Kafka pasa de un estado al otro con la misma imperceptibilidad con la que se pasa del estado de vigilia al del adormecimiento. En sus narraciones Kafka nos traslada —abruptamente, sin intervalo— de una acción común (entrar en la oficina, colgar un abrigo o un sombrero) a la visión estremecedora de un monstruo. Entramos, así, con el personaje kafkiano, en el orbe del sueño, sin darnos cuenta, del mismo modo que nunca sabemos en qué momento nos quedamos dormidos. Perdemos nuestro yo por el yo del sueño. Y nos puede suceder lo mismo que a alguno de sus personajes: abandonar el lecho para arrojarnos, despavoridos, —en una interminable huída— por corredores vacíos, por galerías infinitas que desembocan en laberintos sin salida.
Con una maestría narrativa insólita, Kafka transporta al lector, sin transición. hacia el núcleo mismo del sueño y de lo irracional.
Kafka nos hace captar y sentir la realidad de acontecimientos y seres fantásticos, de la misma forma que lo que ocurre en nuestros sueños nos parece algo realmente vivido. En el cuento "LA METAMORFOSIS" sentimos no que él "parece ser" sino que ES un insecto dotado de la conciencia de un hombre, que razona, analiza, comprende que se halla absolutamente desprotegido, indefenso, solo, sin poder comunicarse con nadie. Y lo horrible (y notable) es que nos identificamos con el monstruo hasta casi sufrir los mismos padecimientos que él. Esta auténtica representación onírica es una de las metáforas más logradas de la literatura universal y revela la magnitud de las facultades creadoras de Kafka en lo que atañe a lo que bien podemos denominar, precisamente su "técnica onírica". El estudio de las relaciones entre la creación artística, literaria y poética y el sueño... me ha llevado a esta conclusión: el narrador —si se trata de un auténtico demiurgo, de un creador— es, indudablemente, un artista, un poeta; y —como ha dicho Lamb: "El poeta sueña despierto. No está poseído por su tema; lo domina."
Kafka temía dormir por el horror que le provocaban sus pesadillas. Pero cuando lograba conciliar el sueño, en muchas noches las apariciones que se le presentaban. ... resurgían al despertar y se convertían en los fantasmas que lo obsesionaban —semejantes a los del sueño— y que resultaron la fuente misma de varios de sus relatos, entre ellos "El VEREDICTO". Una vez le preguntaron cuál era el significado de "El VEREDICTO", y respondió: "Es el espectro de una noche. No es más que la verificación y —por lo tanto— el exorcismo completo del espectro." De este modo, mediante la creación literaria —utilizada como rito y operación mágica— Kafka atenuaba la tortura de sus alucinaciones.
Si existe un documento inigualable para analizar las relaciones entre los sueños, la proyección de los mismos en el cerebro del soñador en estado de vigilia y su transfiguración en obra literaria, ese documento es el Diario de Kafka, donde el escritor nos descubre su verdadera alquimia de la palabra mediante la cual transmuta la inquietante vibración de sus sueños en el metal precioso, estremecedor, de sus narraciones.
Los personajes que deambulan a través de los cuentos y novelas de Kafka son el fiel reflejo de su marginación de orden afectivo sufrida desde su infancia, sobre todo debida a la incomprensión y despotismo de su padre. Esto lo llevó a una introversión que, a su vez, lo arrojó en un aislamiento sumamente nocivo. Los personajes de las obras de Kafka son seres que más que vivir... imitan a los vivos. Son una suerte de: abstracciones con latidos humanos, en cierto modo fantasmales como los personajes de los sueños.
La tuberculosis, que en los últimos años de su vida lo abatió hasta el aniquilamiento, influyó también en su proceso creador debido a que su psiquismo se alteró no sólo por sus pesadillas sino también por el miedo a la muerte. Sus páginas nos provocan una honda tristeza y él logra identificarnos con su angustia atrayéndonos hacia las regiones más profundas de su yo... donde vemos reflejando —como en un espejo— nuestro propio yo. Kafka no nos habla tanto del mundo que nos rodea; él nos hace adquirir conciencia del mundo extraño que nos habita.
La singularidad de Kafka reside —por añadidura— en hacernos perceptibles —mediante su escritura lancinante— la angustia de lo cotidiano, los horribles zarpazos de la rutina, la estupidez y la trivialidad siempre amenazantes, el misterio que ocultan las cosas aparentemente simples y las propiedades infinitas del sueño. Por todo ello fue admirado y celebrado por Sartre y los existencialistas, por Camus (filósofo del absurdo), por André Breton y los surrealistas, por Borges (ese otro caminante de senderos laberínticos, y hasta por cineastas como Orson Welles y John Cassavetes).
Franz Kafka ha sido el insomne perceptor de desencantos, el escultor de sombras estremecedoras. Su voz surgió del abismo de una subjetividad escalofriante, producto de su experiencia existencial y de su espíritu extraño y sensible.
Kafka nos ha transferido —por medio de su pensamiento y de su estilo literario— lo más elevado de los principios fundamentales que hacen que un humanista sea digno de ese nombre: la certidumbre de estar vivos. Y de este mensaje cargado de dolor, de soledad, de angustia, subyacentemente se desprende una meditación en pro de una armonía existencial... que es a lo que debería aspirar todo ser humano.
¡Gracias por esta atribulada lección de vida, Franz Kafka!
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